No todo lo que parece... (2)

Escrito por: otroso

De joven jamás consentí ninguna palabra ofensiva. El que me gustara comer pollas arrodillado ante un macho o que disfrutara siendo el juguete sexual de mi grupo de amigos no significaba que consintiera que se me denigrara o insultara. Mucho menos que se me pegara. Además, fuera de ese grupo, de cara al resto, yo era uno más de ellos y, a veces, hasta de los más chulos.

Con los años han cambiado mucho las cosas. Mi joven amo no es que use esas palabras que antes consideraba ofensivas; me ningunea, me exhibe, me doblega, me humilla y no tiene en cuenta mi opinión para nada. Él decide lo que hacemos o no, quien está invitado a participar y quien no, lo que debo llevar puesto cuando salgo de casa, porque dentro de ella la mayoría de las veces no me deja llevar nada. Creo que jamás me llamó por mi nombre; para él soy perra, puta, guarra, gorda... y a cualquiera de esos nombres respondo.

Fuera del ámbito doméstico y del grupo de sus amigos nadie que nos conozca puede siquiera intuir lo que ocurre en nuestra intimidad. Lógicamente no hay que ser muy listo para percatarse de que en una pareja con tanta diferencia de edad hay uno que mantiene al otro; pero por nuestra relación de puertas para afuera nadie diría que mi pareja es un auténtico niñato, que controla la relación y que yo lo acato encantado.

Nadie sabe que cuando hay invitados en casa, todos amigos del amo, los atiendo con devoción en sus necesidades y no sólo en las domésticas, también en las sexuales. Conozco todas las pollas de los amigos del amo, el sabor de su semen, el de su saliva y hasta el de la orina de algunos de ellos. Por supuesto ellos tampoco me llaman por mi nombre, dudo que la mayoría incluso lo conozca.

Nadie sabe que el directivo que ha logrado tener éxito y que camina erguido y orgulloso por la calle, en casa está normalmente arrastrándose a los pies de su joven amo, aceptando sus insultos, caprichos y hostias de este y que no puede ni pararse a charlar con los vecinos porque el amo y sus necesidades están primero.

Lo peor de esto ¿o es lo mejor? es que todo lo he elegido yo libremente. Que lo adoro, que no me causa ningún trastorno atenderlo, que como buen perro espero pacientemente sus instrucciones para atenderlas en el acto, que desde que lo conocí no entiendo la vida sin él. Que cuando él no está me quedo triste y ansioso hasta que oigo que introduce la llave en la cerradura. Que incluso en esas ocasiones en las que llega acompañado por otro perro y me relega a mí, yo me quedo a la espera de lo que pueda necesitar. Que, aunque su intención al follarse a otro perro y obligarme a estar presente e inactivo es joderme psicológicamente, yo seguiré pendiente de él, incluso para limpiarle las babas que le dejó la otra perra o los vómitos que le produjo haber bebido tanto esa noche.

No sé si es una patología. Si es normal. Sólo me ha pasado con él y aquí sigo, deseando que cuando acabe de follar con el otro, se acerque a mí para acariciar mi nuca y decirme: “buena perra”, antes de caer rendido en la cama.