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VI.-
El ser humano es un animal de costumbres. Sebastián lo estaba demostrando con profunda devoción los meses recientes. Ya era un socio del estudio jurídico, perfectamente integrado, llevando casos no tan complejos, pero con clientes de cierta relevancia, especialmente en materia civil, que era un campo que el novel abogado tenía mucho conocimiento y buenos resultados que exhibir, pese a su corto desempeño profesional.
En cambio Miguel Angel seguía debatiéndose en sus contradicciones, dudas, incomodidades, culpas y deseos. Sabía con una certeza brutal que sin sus entregas y compromisos no podría estar estudiando y percibiendo una remuneración suficiente. Lo sabía y le dolía. Le molestaba asumir que era un juguete, un objeto, una entidad menor a la que se le daba comida y la posibilidad de estudiar pero a cambio de entregar su cuerpo y dignidad.
Al Jefe, pensaba Miguel Ángel, nunca le interesó por su condición de estudiante, ni ahora tampoco cuando le faltaba poco para concluir, sino que sólo había utilizado su necesidad para abusarlo, controlarlo, someterlo y darse placer mediante el castigo y la humillación.
Ese pensamiento le acompañaba diariamente, se metía en sus acciones y le hería con una constancia casi diabólica. Para sobreponerse, pensaba, que los castigos que soportaba, el trato duro que padecía y las humillaciones que vivía cotidianamente, eran el justo precio por su falta de voluntad y dignidad.
Le temía al dolor, pero más a ser considerado inferior. El dolor lo había asumido, pero todo lo demás le producía una inquietud espiritual y un agobio mental agotador.
Su vida se había convertido en una cuidada y bien controlada serie de rutinas: universidad, trabajo y servicios personales a su jefe. Mantuvo la obligación de ir a asear el apartamento del socio principal y a complacerlo. Era habitual que esos días fuera acompañado por Sebastián, que asistía para despachar temas laborales o sencillamente para atender deseos del dueño de sus vidas.
Miguel Ángel se sabía atrapado en una trampa de la cual era muy difícil escapar. Muchas veces pensaba si tenía ganas de escaparse. Sebastián no tenía, ni remotamente, esos cuestionamientos. Entre ambos mantenían una relación cada vez más compleja.
Sebastián solía follar a Miguel Angel según la orden del Jefe. Ninguno se negaba a los deseos del Socio Principal.
A Miguel Angel no le molestaba ser follado sin piedad por su compañero, pero le inquietaba la absoluta falta de privacidad e intimidad entre ambos.
Miguel Angel se iba sumiendo en una progresiva resignación y conformidad, pero no por ello dejaba de tener esas sensaciones de molestia e incomodidad frente a lo que le ordenaban y debía tolerar. Igual, es necesario establecerlo, era cada día más resistente y tolerante a las exigencias, humillaciones, castigos y rutinas que el Jefe le iba imponiendo.
Los resultados en la Universidad eran más que satisfactorios y en el trabajo se mantenía ese desempeño de absoluta dependencia a quién le exigía todo, más allá de todo límite.
Los estudios le demandaban un alto esfuerzo mental, una gran disciplina y una dedicación que debía complementar con su trabajo y sus demás responsabilidades. Exigía cumplir un horario exigente, pero lo cumplía, con una disciplina admirable. Todo su día tenía una ocupación, desde las 06:00 de la mañana y no concluía pasadas las 22:00 horas. Hacía rutinas de ejercicios, estudiaba, iba a su trabajo, volvía a estudiar, atendía a su madre. Llevaba dispositivo de castidad, de domingo a viernes en la noche, cuando se juntaba con Sebastián, con quien pasaba la noche y luego iba a atender a su jefe, todo el sábado, quien le imponía el dispositivo nuevamente.
Esa noche de viernes, era lo que justificaba toda la semana. Era poseído sin límites por Sebastián y el gozo era pleno y absoluto.
Los sábados eran duros, sufridos, sacrificados, dolorosos y agotadores. El jefe le exigía todo: entrega, tolerar castigos y humillaciones, servirlo en todo. Iba con su pequeño y ajustado bañador, pinzas en tetillas, cock ring, mordaza, un collar de hierro en el cuello, otras veces grilletes, esposas algunas ocasiones, y toda una serie de instrumentos de castigo. El jefe demostraba una creciente creatividad para el castigo, la humillación y el control. Gustaba de llevarlo al extremo, de romper sus límites, de ir avanzando en su rendimiento y aguante: si este sábado debió hacer 5 series de 30 pushups, el próximo serán 6 series de 35. Si la semana anterior recibió 40 azotes, este sábado serán 50, quizás más fuertes.
Llegaba a las 08:00 de la mañana al apartamento del Jefe y se retiraba a las 20:00 horas. Era habitual que a eso de las 17:00 llegase Sebastián y desde las 17:30 y por casi dos horas era sexo entre ambos muchachos para deleitar al jefe, que le indicaba qué hacer, cómo y cuándo.
Toda la dureza del día se compensaba con esas dos horas de sexo total, bajo la mirada libidinosa de su jefe, que disfrutaba cuando ambos jóvenes se daban con todo, sin cohibirse ni restringirse. Sebastián parecía excitarle esa mirada severa, controlador y sucia. A Miguel Ángel le incomodaba, pero la capacidad de su compañero para hacerle gozar, perforarla y usarlo a su placer le hacían olvidar sus reticencias.
Al terminar esa tarde, el jefe les llamó y les dijo:
El jefe tomaba las decisiones, sin consultarle, como corresponde y disponía de los tiempos de ambos jóvenes.
El semestre había terminado y el agotamiento mental de Miguel Angel era evidente. Con lo cursado, había terminado la fase lectiva, ahora debía hacer la práctica profesional en la Fiscalía, la Defensora Pública, algún Juzgado o Corte estatal, completamente gratis, preparar su examen de grado y paralelamente realizar su tesis de grado. En estricto rigor, los egresados no tenían plazo para cumplir estos requisitos, pero se entendía, por uso, que el lapso adecuado eran dos años, para los tres procesos.
El jefe, en cambio, tenía otra idea y comunicó su decisión:
Era un tiempo acotado, pero Sebastián había tratado ese mismo lapso, considerando, incluso, un breve receso que se dio, básicamente, por un distes que le implicó realizar su tesis. “Ojalá puede hacer en ese tiempo”, pensó Miguel Angel, aunque se consideraba menos capaz que Sebastián.
El día viernes trabajó todo el día, y el sábado se presentó a las 7:00 de la mañana en el apartamento del Jefe. Él conduciría, había obtenido la licencia unos meses antes, a instancias del jefe, que al llegar le pasó las llaves y le señaló:
Conducirás tú, veamos si la inversión en tu curso valió la pena. Conduce hacia el norte y pon esta dirección en el GPS.
Miguel Angel obedeció. Tardaría tres horas en llegar.
El auto era un Audi Q7 de color azul metálico, asientos de cuero, automático y con terminaciones de lujo. Sintió que el auto le respondía bien y estaba cómodo conduciendo. Tranquilo y seguro.
Miguel Angel cargó las maletas del jefe y la suya, un modesto bolso. Casi no llevaba ropa, pues esa había sido la orden. “Lleva lo mínimo”. Iba con un short azul, una sudadera blanca y tennis negras, también unas gafas oscuras. Condujo por las despejadas calles y avenidas de la ciudad y tomó la Autopista costera al norte, que bordeada el Pacífico con laderas arboladas al otro costado, algunas pequeñas poblaciones y luego bosques y plantaciones. A eso de las 8:30 ya se habían alejado lo suficiente para que el jefe, que iba sentado a su costado en el auto, le diera la próxima orden.
Miguel Angel se puso en un parador cercano, hizo lo que le ordenaron y trajo ante el Jefe la caja en cuestión.
Obedeció inmediatamente y quedó con el torso desnudo.
Dicho lo anterior, puso sendas pinzas metálicas en cada tetilla y le dijo que continuara conduciendo.
No se detuvieron hasta llegar a un pequeño balneario costero. En todo ese trayecto, el jefe, continuamente jugo con las pinzas, especialmente la que estaba más cercana a su posición. Le agradaba y excitaba hacerlo, no importando que incomodara a Miguel Angel, que sentía la presión y el dolor, también la excitación.
A Miguel Ángel le incomodaba lo que le sucedía, por un lado no le agradaba estar crecientemente sometido y humillado, pero no podía ocultar que se excitaba, y en estado de negación, deseaba experimentar el control, el castigo y la humillación.
Lidiaba con aquello y no lo podía superar, pero mientras tanto lo experimentaba con resignación pero también con una pasión que no podía ocultar. El jefe sabía lo que enfrentaba Miguel, lo conocía en profundidad y no disimulaba el gozo de ver estas pulsaciones enfrentadas en el muchacho y el sufrimiento que ello le provocaba.
Al llegar a la casa, esta era una amplia residencia con vista al mar, ubicada en una especie de acantilado semi arbolado , con una playa en su base. Una escalera de madera sinuosa y bien cuidada, unía la playa con la terraza de la casa, amplia, despejada, con varias reposeras, un jacuzzi y mesas con sillas, todo muy acogedor.
Miguel Angel condujo las meladas de su Jefe hacia su habitación, la mas grande de la casa, con la mejor vista, su terraza privada, amplios ventanales y una calla enorme y mullida.
Preparó lo ordenado, no le fue difícil, había aprendido todo este tiempo, viendo, observando y practicando.
Se lo sirvió y debió permanecer a su lado, de pie, contra el mar, viendo a la casa, pero con los ojos puestos en el suelo, con los manos en la espalda, y sosteniendo la tasa cuando el Jefe lo requería.
Al terminar su café, el jefe le quitó las pinzas, lo que fue un momento doloros. El Jefe presionó sus pezones.
Luego, el Jefe tomó ahí mismo una siesta. La brisa era fresca a esa hora de la mañana y José Miguel lo sentía en su cuerpo, solo cubierto con su short azul.
Al despertar de la siesta, el jefe le preguntó:
Miguel ángel se apresuró a cumplir la orden y se presentó ante el Jefe, que le observó en su tenida deportiva que resaltaba su culo y genitales.
El roquerío estaba a unos 300 m de la playa. La escalera tenía 135 peldaños hasta la playa, que tenía arenas blancas y muy suaves, en tanto el agua era muy fría, aunque el oleaje no era agresivo. Comenzó a nadar y tardó 8 minutos en alcanzar el roquerío, regresó a la playa en otros 9 minutos, subió a la casa donde estaba el Jefe, quien le señaló:
Y eso sucedió. Miguel Ángel cumplió con irrestricta disciplina y obediencia. Hizo una sesión de una hora de todas las rutinas de calistenia que habituaba a hacer, con dedicación y a conciencia, sudado, marcando e hinchando sus músculos, lo cual agradó al Jefe, que expresó en su rostro el placer que lo que observaba le producía.
Esos días, la vida de Miguel Ángel consistió sólo en servir a su Jefe, complacerlo y obedecerlo en todo. Luego de los ejercicios, se duchó y debió vestirse levemente (con short y sudadera, sin calzado) e ir a comprar comida preparada, volver y preparar la mesa, servirle y atenderle.
Comió en la cocina en el suelo, las sobras que quedaron y luego esperar en la puerta, mientras el Jefe tomaba una pistes, luego acompañarlo mientras leía. Bajar junto a él a la playa a caminar, a su costado, en silencio.
Caminando por la playa, el Jefe habló:
Esa respuesta, no fue sincera. No lo fue. Lo hizo por cumplir, porque no estaba de acuerdo, pero tampoco tenía otra alternativa. Sentía que estaba perdiendo completamente el control de su vida y eso le importaba, pero no podía hacer nada por oponerse, resistirse y liberarse de esas cadenas que cada vez apretaban más fuerte.
Es verdad, quería ser abogado, tener una profesión que le gustaba. Pensaba, en su tiempo, que haría cualquier cosa por retomar sus estudios y lograrlo. Nunca pensó que el precio sería tan alto. Igual, el peso de cuidar a su madre era agobiante y si se liberaba de aquello, en otras circunstancias lo había agradecido, ahora en cambio, le resultaba un acto ignominioso.
Todo lo que escuchaba le hacía revolver sus pensamientos, pero guardaba silencio. Sólo escuchaba, ¿Esto lo sabía Sebastián?
Antes de llegar a la casa, el Amo volvió a dirigirse a Miguel Ángel:
Al llegar a la casa, el Jefe le mandó a comprar comida preparada para la noche y varios kilos de hielo.
Al retornar, el Jefe le ordenó acompañarlo a ver una película, debiendo permanecer en cuatro para que pusiera descansar sus pies en la espalda de Miguel Ángel. No hubo descanso.
En la noche, Miguel Ángel no sabía cuál sería su cuarto o si debería permanecer con el Jefe, acompañándolo.
El Jefe cenó la comida que le sirvió Miguel Ángel. Sabía que no podía preguntar nada y sólo espero, hasta que el Jefe le dijo:
Y así lo hizo, fue incómodo y desagradable. Lo único que se dijo fue “Me acostumbraré, estoy seguro. Debo obedecer”. Era como un mantra,
Se logró dormir y despertó muy temprano, adolorido en la espalda, con un brazo medio adormecido y una intensa molestia en la zona cervical. No se levantó ni se movió, espero a que hubiese movimiento en la cama, alguna orden o indicación.
En un rato, más largo que corto, el Jefe se incorporo y sintió que se calzaba y desplazaba, pasando a su lado, diciéndole:
Llegaron hasta la terraza. El Jefe le ordenó traer las bolsas de hielo y le instruyó que las vertiera en una tinaja de plástico ubicada a un costado del jacuzzi, que estaba con agua.
Miguel Ángel había comprado 10 kg de hielo que los había mantenido en el refrigerador de la casa. Los vació en la tinaja y el nivel subió lo suficiente.
El jefe espero unos tres minutos y le dijo:
Lo hace, con temor y al introducirse en la tinaja de agua muy fría, parece paralizarse. El impacto es muy intenso. Cree que no aguantará, pero su corazón se acelera, tirita, al rato parece que logra controlarse, pero cada cierto lapso parece que todo se agrava. Tirita y respira acelerado. Nota como to su cuerpo trabaja para aclimatarse y adaptarse. Lo logra. El tiempo transcurre lento y angustiante, hasta que finalmente el Jefe le ordena que salga de la tinaja. Esta tiritando.
Y así transcurrieron los días de vacaciones con el Jefe. No uso el dispositivo de castidad.
El clima estuvo agradable. Todo fue con esa apacible servidumbre, hasta que llegó Sebastián, muy temprano el jueves. Venía sólo con su bolso, muy liviano como el de Miguel Angel.
Se presentó ante el Jefe al que saludo con el debido respeto y espero la instrucción.
Y Sebastián se dirige hasta donde está Miguel Ángel y lo folla, delante del Jefe, con pasión y casi brutalidad, con una dureza producto de una privación de demasiados días. Miguel Angel se excita y entrega. Lo esperaba, lo necesitaba. Lo hacen de pie, separando sus piernas, introduciendo la verga de uno con insistencia en el culo del otro, sin piedad ni descanso. Hay absoluta compenetración, devoción del uno por el otro y de ambos para quien les controla. No se detienen en su acto hasta que advierten que el Amo quiere otra cosa.
Cuando Sebastián acabó, Miguel Ángel emitió un grito de placer y gratitud.
El Jefe estaba complacido.
Pero la dinámica de ahí en adelante, cambio, pues el Jefe quería probarlos y también disfrutarlos y lo mejor para lograr aquello fue hacerlos competir.
Obedecen, se esfuerzan y llegan casi juntos, pero triunfa Sebastián.
Así se hace y la espalda de Miguel Ángel queda marcada por los golpes.
Luego vienen las rutinas de ejercicios. El reto es hacerlas en el menor tiempo posible. Son 30 sentadillas (squats), 30 flexiones, 30 estocadas frontales y 15 burpee. Para sorpresa de ambos, triunfa Miguel Ángel.
El jefe se alegra con la sorpresa. Hay competencia.
¡Bien!, 30 golpes de puño en abdominales.
Sebastián aguanta, aguanta bien, aunque Miguel Ángel se esfuerza en castigarle con fuerza. Se siente bien hacerlo.
No les permite tener privacidad.
En la tarde, caminando por la playa, el jefe le dice a los muchachos:
Este lo hace y el jefe le pregunta a Sebastián:
Miguel Ángel se sintió extrañado y pensó si la respuesta de Sebastián era sincera. Concluyó que sí.
Esa noche, Miguel Ángel espero la decisión del Jefe sobre dónde dormir. Deseaba hacerlo con Sebastián, a quien se le asignó el dormitorio secundario, pero el jefe quiso que durmiera en su habitación, en el suelo, desnudo, a los pies de su cama.
En la mañana siguiente, como todos los días, se repitió el ritual del agua con hielo, mientras Sebastián observaba.
Terminado este ritual, la disciplina se relajó y el Jefe les dejó conversar y estar juntos, nadar en la playa, reposarse en la arena, tomar sol.
Miguel Angel aprovechó para contarle sus inquietudes y dudas a Sebastián, quien se las respondió con una pasmosa certeza y una absoluta convicción:
Se resignó al hecho que no encontraría complicidad en Sebastián en esta materia. Sólo el sexo que le proporcionaba podía compensar.
En la noche, luego que el Jefe cenara solo y que ellos lo hicieran en la cocina, fueron convocados a la amplia terraza , donde una agradable brisa marina acompañaba a las luces que la iluminaban.
Y la lucha entre ambos muchachos comenzó. Estaban el uno frente al otro, ambos en shorts deportivos como única vestimenta, descalzaos, mostrando sus definidos cuerpos, en tensión y dispuestos a obedecer y complacer.
Sebastián se lanzó sobre Miguel Ángel, con su habitual decisión y rudeza y lo tumbó sobre el suelo, sintiendo éste el impacto de la caída sobre la cubierta de madera.
La lucho continuo y Sebastián no perdió nunca la iniciativa. En el suelo, lo copio por el cuello y el brazo y lo presionó para lograr su rendición, pero Miguel Ángel opuso resistencia y se zafó, no sin dificultad, hasta que su compañero lo cogió por la espalda y cruzó su brazo en el cuello comenzando a apretar. Miguel Angel estaba casi inmovilizado, en una posición que no le permitía liberarse de Sebastián que le estaba, literalmente, asfixiando. En un momento, Miguel Ángel sintió que ya no podía hacer nada y trató de decir que se rendía, pero todo se nubló y perdido la conciencia.
Sebastián le había aplicado la “la llave del sueño”. Tardó varios segundos en recuperar la conciencia.
Se puso de pie, luego se arrodilló y besó los pies de Sebastián y se quedó así.
En el fondo, Miguel Ángel quería perder. No deseaba mandar en esa relación.
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