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Cinco Días: Lunes.

Escrito por: MasterJuan

BDSM Deportistas Humillación Maduro y joven

LUNES

Había sido un horrible inicio de semana. Llegó tarde, no alcanzó a tomar desayuno y se le fueron acumulando las entrevistas que debía realizar.

Le gustaba su trabajo. Llevaba casi tres meses en el empleo al cual había postulado con verdadero interés. Le gustaba por ser un empleo metódico, rutinario, ordenado: debía hacer evaluaciones psicológicas de jóvenes delincuentes (menores de 25), qué servían a los tribunales para adoptar las medidas más adecuadas. En la mañana entrevistaba a cinco o seis. Seguía rigurosamente una pauta e iba formándose un panorama sobre las motivaciones, intereses, problemas y si habían posibilidades, y cuales, de rehabilitar o reconducir a los detenidos.

Un viejo psicólogo que trabajaba con él le había dado una instrucción muy clara “Nada de hacerte amigos de estos sujetos, son delincuentes. Debes hacer que respeten las normas. Detrás de la línea, de pie y con las manos en la espalda.” Pero él no le había hecho caso hasta que hoy comprendió que eran vitales. Un interno de 20 años entró provocadoramente en la sala, se sentó y al cabo de unos segundos cogió un lápiz y trato de agredirlo, lanzándolo de bruces al suelo; solo la vigilancia certera de un custodio logró reducir al delincuente que fue reducido.

Joaquín era un psicólogo de 27 años, que trataba de hacer las cosas bien, creía en los demás, era educado, atento, colaborador, para nada conflictivo. Lo de hoy lo había descolocado y le dejó nervioso y afectado.

Fue al baño y quiso hasta llorar, pero se calmó y recompuso.

Se tomó un café, salió a fumar y retornó a su trabajo. Trató de olvidar el incidente, pero no pudo, reaccionaba casi saltando ante cualquier movimiento del delincuente que estaba entrevistando. Al mediodía le citó el jefe del centro para reprenderlo por su incumplimiento de las medidas de seguridad y por poner en riesgo su integridad y la del resto del personal. Solo calló, porqué la amonestación era justa.

Junto con no desayunar, con hambre y esa persistente intranquilidad, casi no pudo almorzar, porque se había retrasado todo.

Solo quería salir y tomar algo, llamó a un amigo para juntarse para tal fin, pero el otro desistió de la invitación. Era un mal día para aquello.

Volvió al apartamento con el dejo de la amargura. Todo había salido mal. Todo.

Se lanzó en la cama del apartamento, pequeño, discreto, ordenado y funcional. Vivía allí desde hace tres meses, justo el tiempo que estaba trabajando en el servicio de prisiones, asignado a un centro penal de mediada seguridad, sin gente condenada, solo procesada o en proceso de revisión de sus procesos. La postulación a este trabajo y su posterior selección le significaron el rompimiento con su novia, que no le secundó en su decisión y más bien le provocó un profundo disgusto. Ella quería que siguiera en la asesoría organizacional pero ese ámbito le desagradaba, aparte que era precario y demasiado competitivo. Joaquín buscaba estabilidad, no estar preocupado de “buscar clientes”, ello le cansaba, pero su antigua novia pensaba que eso era más desafiante y generaba mejores ingresos. Hace rato que estaban en tensión por cuestiones financieras.

Joaquín llegó a la conclusión que nunca la había amado realmente y que decidieron vivir en pareja sólo por presión. Le abrumaba, era desagradable y no se cansaba de reprocharle casi todo. era agotadora.

Estos meses viviendo solo le habían retornado la paz y la concentración. Bueno, hoy había sido un mal día, pero era una excepción.

Pero esa paz se había ido perdiendo porque se estaba apoderando de el una creciente inquietud. Joaquín había descubierto ya en la Universidad su bisexualidad, aunque su gusto por hombres solo era accidental y no había pasado de manoseos, besos y toqueteos con amigos en la universidad. Cuando quedó de novio con la que fue su pareja, esta relación duró casi cuatro años y en ese lapso fue completamente fiel. Por ahí se interesó por otras personas, pero no pasó de conversaciones o filtreos, pero nunca traspasó el límite de la confianza y de la fidelidad.

Lo que estaba surgiendo en él era una intensa curiosidad, casi morbosa, por las escenas de control y dominación. Todo comenzó cuando uno de los detenidos le relató la violación a que había sido sometido en su internación, un acto violento y abusivo de cuatro sujetos sobre un joven de apenas 20 años. Cuando escuchaba el relato, Joaquín sintió una extraña y poderosa excitación y desde ese día se imaginaba la escena con él como la víctima.

El tema de la sumisión y la dominación se volvió reiterativo y escuchó al menos otros cinco relatos de detenidos con ribetes o connotaciones semejantes y no podía ocultar y negar que esas narraciones tan vívidas e intensas le producían una excitación morbosa y perdurable.

Hace unos días atrás había bajado una aplicación de citas abiertamente gays y se había atrevido a subir su perfil. Le había agregado su nombre, su edad y había puesto dos atributos que le costó mucho asumir “pasivo” y “sumiso”. En las fantasías con las que se solía masturbar en la ducha matinal era él siendo violado y sometido.

Agregó una foto de él a torso desnudo y bloqueó el álbum adjunto, donde mostraba su espalda, él de cuerpo entero en short deportivo y nada más. Sin foro de rostro. También consignó que le gustaba fumar marihuana e ir al gimnasio.

Lo había abierto un par de veces y el resultado era decepcionante: pajerillos, fisgones y un par de vendedores de drogas. Muy decepcionante todo.

Esta tarde noche lo abrió sin mucha esperanza y comenzó a ver otros perfiles. usó el buscador y puso la palabra “Dominante” y se le desplegaron 40 perfiles en el área. Comenzó a revisar y nada le llamó el interés, salvo uno, que se identificaba como DHH. Lo reviso: era una persona ya mayor, vio sus fotos y aunque no tenía fotos de rostro, lo que percibió le gusto: músculos. La descripción era directa y clasificadora: “Busco sumiso joven para ser entrenado como esclavo. Entre 25 y 30 años, profesional y con las ideas claras, nada de curiosos.”

Lo pensó unos instantes y le puso un “Me gusta” y dejó el teléfono móvil y se preparó un café para ver una serie en Netflix.

Al volver, unos minutos más tarde, rió que estaba activada una alerta en la aplicación de citas: la persona a la que le había puesta “me gustas” le había respondido.

La vio y leyó el mensaje:

  • Hola, ¿cómo estás? ¿qué deseas?

Lo leyó y sintió una extraña excitación. Respondió:

  • Hola, yo bien ¿y tú?

No pasaron ni cinco segundos cuando hubo respuesta:

  • Hola ¿qué?

Al leerlo se sintió extrañado, conmovido y un poco inquieto, pero escribió, casi sin titubear:

  • Disculpa, ¿Cómo debo tratarte?
  • Supongo que leíste mi descripción, ahí dice claramente que no busco curiosos. Si lo eres, bloquéame inmediatamente y no hay drama. Si realmente estás interesado, supongo que sabrás que debes dirigirte a mi con respeto y guardando las formas que se deben a un superior. - escribió la otra persona en la aplicación, casi inmediatamente.
  • Perdone, es mi primera vez, y no soy curioso, se lo aseguro. Perdone nuevamente, no deseo hacerle perder el tiempo, comprendo si le molesta. - escribió Joaquín.

La otra persona no volvió a escribir por un lapso prolongado. A Joaquín le había excitado la conversación. Sintió la autoridad y control que ejerció sobre él en esas escasas líneas la persona que solo se identificaba con tres letras. Joaquín espero y creyó que lo bloquearían, pero apareció un nuevo mensaje:

  • Por esta vez acepto como excusa que eres nuevo en este mundo, pero desde ahora, te diriges a mí como Señor, nada de preguntas y sólo obedeces, sin cuestionar ni dudar. Cuando me hables, te diriges en forma, con todo el respeto que le debes a un superior y digno de ejercer autoridad sobre un inferior.
  • Gracias Señor, perdone por mi falta de respeto, es solo producto de mi novatez, no se repetirá, se lo prometo - escribió Joaquín.

Se sintió extraño al escribirlo, era mas que un juego, sentía que lo que estaba digitado en la aplicación era real, sentido y surgido de una intensa necesidad de complacer y obedecer. Todas esas fantasías de violación, dominación y control que había imaginado parecían tomar vida, hacerse reales y presentes. Se sintió estremecido y una descarga estimulante le recorrió el cuerpo, es como si hubiera pasado a otro estadio, distinto y excitante.

Al rato, la otra persona volvió a escribir en la aplicación:

  • Descríbete y dime que buscas.
  • Señor, tengo 27 años, mido 174 cm, peso 67 kg, soy más bien lampiño, creo que tonificado, pulcro, educado, profesional y muy leal. - respondió Joaquín.
  • ¿Las fotos que aparecen en la aplicación son tuyas?
  • Sí Señor, si desea puedo desbloquear el álbum.
  • Hazlo.

Lo hizo y espero.

  • ¿Usas piercing, llevas tatuajes, bigote, barba?
  • Ni piercing ni tatuajes, Señor. Uso una barba pequeña y unos bigotes, Señor
  • ¿Por qué no usas ni piercing ni tatuajes?
  • Nunca me han llamado la atención, Señor.
  • Bien. ¿Dónde tienes vello?
  • Un poco en el pecho, las axilas, los genitales y en el trasero, Señor, no mucho en verdad.
  • ¿Pelo corto o largo?
  • Un poco largo ahora, Señor, no he tenido tiempo de cortármelo - mintió Joaquín, porque de verdad lo tenía largo solo por flojera.
  • Dame tu WhatsApp para hablar por allí - dijo el hombre.

Joaquín dudo, “esto va demasiado rápido”, pensó y quiso cerrar la conversación. Lo iba a hacer pero en cambio, escribió su número en la aplicación.

  • Te hago una videoconferencia en cinco minutos.
  • Bien Señor, le espero - respondió Joaquín.

“Imbécil”, pensaba de sí mismo; “¿Por qué lo hice?, se reprochaba. En esos eternos cinco minutos se debatió entre muchos pensamientos (no responder, bloquear, hacerlo y decirle que íbamos muy rápido, etc.) y en ello estaba cuando entró la video llamada. Dudo unos segundos en responder, pero finalmente lo hizo.

En la pantalla de su teléfono móvil apareció la imagen imponente de un hombre musculoso, con arnés de cuero en su torso y una máscara en su rostro, de cuero negro. La imagen le impacto, sobrecogió e infundió en él un temor reverencial. Imponía autoridad su sola visión. Se quedó en silencio y tembló, no sabía que hacer con el teléfono en su mano.

  • Perdón Señor, perdón - se atrevió a decir, voy a fijar el teléfono en un soporte fijo.

Nerviosa y torpemente ubicó el móvil sobre su escritorio en el dormitorio y espero.

  • ¿Crees que lo estás haciendo bien? - preguntó DHH
  • ¿A qué se refiere Señor? - contrapreguntó Joaquín.
  • Dos faltas: no debes preguntar, ya te lo he dicho y nunca se responde a una pregunta con otra, es mala educación.
  • Perdón Señor, perdón, es que estoy nervioso.
  • Así lo veo. Te lo diré de otra forma: Te presentas sin el debido respeto. Cuando estés frente a mí, lo harás a torso desnudo y de rodillas, ¿estamos claro?
  • Perdón Señor, perdón, no lo sabía, lo hago inmediatamente.

Sin pensarlo mucho, hizo lo que se le señaló: se quitó la camisa y se puso de rodillas frente al teléfono móvil.

  • Tus manos en la espalda - ordenó DHH.
  • Si Señor - respondió Joaquín, obedeciendo inmediatamente.

Se sentía incómodo. Estaba de rodillas y de torso desnudo frente a un teléfono móvil mientras un hombre con máscara le observaba y daba órdenes. Era extraño, excitante e impensado.

Joaquín se sentía poseído por alguien muy superior, por una voluntad real que se estaba expresando con demasiada vehemencia. Parecía sentir al hombre frente a él, por eso no podía controlar su nerviosismo y temblor.

Acércate a la cámara, deseo examinarte con más detención.

Joaquín avanzó un paso y su rostro fue más nítido, pues también le favorecía la luz de la lámpara.

  • Estás bien, no me decepcionaste. Tu perfil se condice con lo que veo. Solo tengo algunas observaciones.
  • Gracias Señor. ¿Cuáles observaciones, Señor?
  • Vuelves a preguntar sin estar autorizado para ello.
  • Perdón Señor, perdón, me disculpo. - Dijo, apesadumbrado, Joaquín.
  • Pero está bien, te diré mis observaciones. No me gusta tu cabello largo, ni tus bigotes y menos la barba. No es lo adecuado en un esclavo. Tampoco los vellos en tu pecho.

Joaquín se alteró no por las observaciones, sino por ser tratado, por primera vez, como esclavo. Le alteró, pero no le molestó. Para nada.

  • Puedo cortarme el pelo y afeitarme, sí desea Señor.
  • Eso deseo, exactamente eso deseo. ¿Cuándo lo harás?
  • Mañana Señor - respondió precipitadamente Joaquín.
  • El pelo te lo puedes cortar mañana, pero debes afeitarte ahora. Es una prueba que estás hablando en serio.-
  • Esta bien Señor, me afeitaré ahora - dijo Joaquín, con una deseo de complacer y obedecer que le era desconocido y emocionante. - Debo ir al baño, no tengo rasurado eléctrica, solo he usado máquinas manuales y para hacerlo debo estar en el baño.
  • Hazlo.

Se levantó, cogió el móvil y fue hasta el baño, encendió la luz y buscó en el muebles tras el espejo la máquina rasuradora, encontró una y con esa certeza instaló el teléfono móvil en una posición sobre el lavamanos, hizo espuma con jabón de mano, se aplicó sobre el bigote y la barba y comenzó a afeitarse, no sin torpeza.

Al cabo de unos minutos, estaba completamente rasurado y su rostro se veía mucho más juvenil y mostrando sus facciones, bastante armónicas y atractivas.

  • Te vez mucho mejor.
  • Gracias Señor.
  • Otra cosa, mañana te cortas el pelo.
  • Si Señor, lo haré. ¿Algún corte en especial?
  • No, solo corto y discreto, nada fuera de norma.
  • Bien Señor.
  • Ahora si, te autorizo a hacer preguntas, un máximo de tres.
  • Gracias Señor. ¿Cómo se llama Usted?
  • Duncan.
  • ¿Tiene más esclavos, Señor?
  • Sí, tengo otros esclavos.
  • ¿Desea verme y tener algo presencial, Señor?
  • Sí, pero para que se concrete esa sesión, tendrás que cumplir pruebas estos cuatro días. Las de este día las has realizado satisfactoriamente, pero es solo el inicio. Si las cumples todas, nos juntaremos este viernes, en la noche y estarás conmigo. Espero no falles.
  • No Señor, espero no fallar.
  • Te estaré comunicando mis condiciones y pruebas por acá. Te pediré tus horarios en un momento. Si encuentras que no puedes cumplir alguna tarea, sólo debes avisarme, es de cobardes comprometerse a algo y luego no cumplir o faltar a la palabra. Mejor reconocerlo antes y listo. Es más digno. Hasta un esclavo debe ser capaz de hacerlo.
  • Sí Señor, le comprendo.
  • ¿Deseas someterte como esclavo bajo mi control y autoridad?
  • Sí Señor, lo deseo.
  • Diste tu respuesta de pie, no corresponde a la actitud de un esclavo verdadero.
  • Perdón Señor, lo siento.
  • Ahora hazlo bien, cn toda solemnidad y desde tu más profunda convicción, tómate el tiempo y piensa bien en lo que vas a decir y a lo que te vas a comprometer.

Joaquín cogió el teléfono móvil y fue hacia su dormitorio, ubicó el smartphone sobre la mesa de noche, se puso de rodilla, con sus manos en la espalda y pensó lo que iba a decir. Poseído de una extraña sensación que estaba realizando algo trascendental en su vida y con una convicción certera que estaba frente a una persona superior, que había penetrado en su mente y voluntad, que le ordenaba a hacer cosas que hasta unos instantes atrás ni siquiera pensaba realizar y cuya poderosa voz le instaba a hacer una promesa dijo:

  • Señor, deseo ser su esclavo, que me guíe por el camino de la obediencia, del sometimiento y del servicio. Prometo obedecerle y aceptar sus ordenes, sin cuestionarlo. Le pido, por favor, que me acepte como su esclavo.
  • Te acepto. Corta y te hablo más tarde.
  • Gracias Señor.

Cuando cortó la llamada, Joaquín descubrió que sudaba de los nervios, su temblor había disminuido. Seguía en tensión por lo vivido.

Nunca pensó que podía llegar a esto y las promesas que había formulado las había dicho con toda sinceridad. Es verdad que las fantasías que le acompañaban hace varias semanas le conducían al sometimiento, la sumisión y el control, pero lo experimentado esta noche lo superaba con creces. No advirtió que estaba duro. Recordaba la voz profunda y metálica del Señor Duncan y le provocaba un deseo de tenerlo cerca, de servirlo en la vida real.

Se cuestionaba si realmente sería capaz de hacer lo que le pedirían, pero estaba decidido a hacer lo máximo. Se había afeitado, eso le gustaba. Hacerlo bajo la orden de una persona superior le parecía un buen signo.

  • Si, mañana se cortaría el pelo, era lo correcto. Lo haría.

No se podía sacar esa sensación de dominio que ejercía ese hombre misterioso sobre él. Debía obedecerle. Extrañamente, estos intensos minutos le habían dado una gran paz y se había olvidado de todos los malos ratos del día.

Decidió ducharse y mientras lo hacía, se masturbó pensado en su Señor. Esas tres letras le resultaban poderosas.

Al volver a su dormitorio, secándose con una toalla, rió que tenía dos mensajes del Señor DHH en su WhatsApp.

Uno de ellos decía:

  • No olvides cortarte el pelo. Documenta el corte con dos fotografías: una con el pelo actual y la segunda, con el pelo ya cortado.

El segundo mensaje decía:

  • Supongo que no te habrás masturbado sin mi permiso. Cualquier placer sexual debe ser con mi autorización.

Respondió el primer mensaje con un “Sí Señor”. El segundo mensaje lo respondió con otro “Sí Señor”, pero no lo envió, pensó lo que estaba haciendo y lo borró y escribió:

  • Perdón Señor, me masturbé, lamento haber fallado, pero estaba muy excitado. Le pido disculpas por esta falta.
  • Demuestras una enorme debilidad y tu deseo por obtener placer fácil es muy dañina para tu convicción de ser mi esclavo.
  • Lo siento Señor, reconozco que he fallado. Le pido me perdone.
  • Lo que acaba de pasar, luego de tu promesa, solo refleja falta de disciplina. ¿Cuántos pushups sueles realizar en una rutina diaria?
  • Habitualmente hago tres series de 20, Señor.
  • Bueno, llama, y haz 4 series de 30 pushups
  • Si Señor, ¿me puede dar dos minutos para ponerme un short deportivo?
  • Bien, hazlo y llama

Joaquín se puso su short deportivo azul, hizo la llamada y puso el teléfono móvil en la sala, justo al sofá, corrió la mesa de centro y se puso en posición de plancha y comenzó a hacer las series.

  • ¡Cuéntalas!- ordenó DHH
  • Sí Señor - respondió Joaquín y comenzó a contar de nuevo - ¡Uno!
  • ¡Hazlo bien!
  • Perdón Señor. - y Joaquín reincidió la cuenta - ¡Uno, Señor!

Hizo bien la primera serie, pero la segunda y tercera le resultaron muy dificultosa. Sudó y se le agitó la respiración. Hizo su mejor esfuerzo, por el sólo hecho de no defraudar al hombre que le controlaba al otro lado de la llamada. Sentía la imperiosa necesidad de probar que era digno de ser considerado su esclavo.

Terminó agotado sudado y casi sin aire.

Tendido en el suelo, espero la orden de cortar la llamada.

DHH le dijo:

  • Da las gracias y pide permiso para retirarte.
  • Gracias Señor. Pido permiso para retirarme.
  • Antes que te retires, te queda prohibido tocarte. Puedes cortar la llamada.

Joaquín obedeció en todo. Comió espartanamente, vio la serie de Netflix y se acostó. No se tocó, pero no pudo dejar de pensar en DHH, su Amo.

Cinco Días: Lunes.

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