Contenido 18+

18+ significa contenido Adulto. La vista del contenido en esta comunidad podría no ser adecuada en algunas situaciones.

Las publicaciones de esta página pueden contener imágenes, referencias o historias explícitas.

La dignidad del mandril II

Escrito por: meame_y_hostiame

Azotes BDSM Castidad Castigo físico Castigo psicológico Cerdeo Crossdresser Deepthroating Facesitting Humillación Insultos Lapos

La noche era más fría y oscura de lo habitual para la época del año. No había casi nadie en la carretera. Pasó por un control de los mossos, pero no le detuvieron. Se alegró de aquello. Quería llegar cuanto antes.

¿Era una locura volver allí? Sí, lo era. Esto no era lo que se esperaba de un hombre como él. El era un hombre de verdad, con un buen trabajo, con dinero en el banco, con una moto y un coche propio, con acceso a gente de influencia. ¿Qué hacía yendo en el medio de la noche a un piso de Trinitat Vella para que una CD mayor que él le maltratara? ¿Realmente le maltrataba? No, no era justo decir eso. Le trataba como él deseaba, le ponía en su lugar. Pero por qué le deseaba tanto, porque no era solamente como le trataba, era ella. Desde que vio sus fotografías la comenzó a imaginar. Cuál era su olor, qué perfume usaría, cómo era su voz. La peor pesadilla para Borja no fue el modo condescendiente, casi despectivo, en que le trato durante el primer encuentro, fue el que ella le resultó más atractiva de lo que imaginaba.

Durante las dos semanas que espaciaron al primer encuentro del segundo, intentó en vano no pensar en ella. Le era imposible. Y cada vez que lo hacía, revivía el recuerdo del calor que emanaba de su piel, el aroma de esta mezclada con una fragancia cítrica, el color blanquecino de su piel, el carmín de sus labios. Le deseaba sin sentido y sin sentido le deseaba.

Aún no podía entender como deseaba a aquel ser, que él sabía que en su día a día se mostraba como hombre, que él sabía que tenía pene, que con los tacones le superaba en altura, que contenía sus carnes en un corset para emular una forma más femenina. Él había estado con mujeres envidiables, se las había follado en todas las posiciones. En algunos casos, ellas se habían enamorado de él, en la infundada fe ciega que tienen algunas mujeres, creyendo que le podrían cambiar. Habían sufrido por él, y él secretamente lo había disfrutado.

Aparcó su moto frente al edificio. Tal como ella le ordenó, le envió un mensaje al llegar. Jennifer tardó varios minutos en responderle. Él no lo sabía, pero ella le estaba viendo desde la ventana. Disfrutaba verle desesperarse, impaciente, mirando el móvil constantemente esperando recibir su respuesta que no llegaba.

Pasaron diez minutos antes de que ella le respondiera. Él se sentía terriblemente incómodo. Imaginaba que algún conocido le vería allí en medio de la madrugada. No quería tener que dar explicaciones. Miraba en intervalos el móvil y hacia las calles desiertas.

  • “Quítate toda la ropa, excepto el calzado. Cuando lo hagas, abriré la puerta y subes. Lleva el casco y la ropa en la mano”.

Borja se quedó atónito ante el mensaje. Ya le había hecho salir desnudo a la calle la vez anterior pero no quería revivir esta vergüenza. No quería. No quería. ¿No quería? ¿Sí quería? ¿Por qué le hacía eso? Quería estar con ella. Necesitaba estar con ella. Tenía que conquistarla. ¿Por qué le trataba así? Quizás se lo merecía.

Un segundo mensaje llegó leyendo sus pensamientos: “Es fácil. O haces lo que te digo o no me haces perder el tiempo. Nadie te obliga”.

Con los ojos vidriosos de deseo y mordiendo sus labios con impotencia, Borja miró hacía el balcón que sabía pertenecía a su dueña como tomando coraje. Como pudo, de la forma más ordenada y discreta posible, se quitó la ropa, introduciendo parte de ella en el casco. Tuvo suerte de que no pasara nadie por allí, aunque creyó ver a alguien que le miraba desde una ventana.

  • “Cuento hasta cinco y abrió la puerta. Si no llegas a tiempo, te vas” – decía el mensaje que le llegó casi al mismo tiempo que sonaba la chicharra.

Cruzó la calle apresuradamente. Llegó justo a tiempo para abrir la puerta. Subió por las escaleras oscuras hasta el piso de Jennifer. Esta vez, nadie encendió la luz. Al llegar a la puerta, la misma estaba entreabierta. Entró al recibidor y cerró la puerta. A través de puerta de vidrios de colores que separaba el recibidor de la sala, vio una luz tenue. No sabía qué hacer. ¿Debía entrar? Mientras se preguntaba esto, dejaba sus pertenencias en el suelo, junto a la puerta de entrada.

  • Entra – escuchó la orden desde el otro lado de la puerta.

Una luz rojiza apenas iluminaba la estancia. En un sillón de mimbre, de esos de Ikea, pudo ver la silueta sentada de su señora. Estaba con las rodillas juntas y las tobillos juntos descansando hacia uno de los laterales.

  • Ponte de rodillas y camina en cuatro hacia mí.

Trago saliva y la vergüenza de saberse deseoso de aquel trato. Mientras se iba acercando a la figura, que se le antojaba divina e imponente, notó que su señora llevaba tacones altos, medias de liga, un body, peluca y corset negros, o al menos oscuros. Sus pechos, que parecían de mujer, se mostraban orgullosos y dispuestos. No llegaba a ver su rostro, pero adivinaba que el maquillaje la hacía ver aún más soberbia.

  • Bésame los pies – le ordenó mientras disfrutaba de ver a aquel hombre que era todo lo que la sociedad consideraba deseable humillándose ante ella, por un momento de su atención.

Él dudo un instante, pero ya había llegado hasta allí, así que besó ambos empeines. Luego dejó la cabeza cerca del suelo con el culo y sus genitales peludos ofreciéndose en alto.

Jennifer cogió un collar de perro y se lo ajustó al cuello ancho de Borja, que comenzó a temblar casi imperceptiblemente. Ella lo notó y le acarició el lomo.

  • No temas, sólo te voy a hacer lo que te mereces. ¿O me vas a decir que no eres un gilipollas que merece que alguien le enseñe respeto?

Esas palabras le resultaron una revelación. Sí, él era un gilipollas. Eso no era la primera vez que lo escuchaba. Pero el momento de real epifanía era el reconocer que necesitaba una mano firme que le pusiera en su lugar. No sólo lo deseaba, si no que también lo necesitaba.

  • Sí, señora. Lo necesito.

  • Pídelo y agradece – le dijo mientras descargaba un fustazo en los fuertes muslos expuestos.

  • ¡Gracias, señora! Sí, por favor, castígueme.

  • ¿Por qué mereces castigo? - preguntó con displicencia mientras un segundo golpe de la fusta marcaba una de las nalgas del joven.

  • Porque soy un gilipollas – gritó en un susurro que aliviaba el dolor del tercer golpe.

  • ¿Y qué más? - tras varios fustazos más.

  • No sé, señora. ¡Por favor! ¡Duele!

  • Qué poco aguantas – y agregó mientras continuaba el castigo que ya marcaba sus nalgas claras – Eres un niñato pijo de mierda. Sólo sirves para que te usen como un juguete. ¡Dilo!

  • Soy un niñato pijo de mierda. Sólo sirvo para ser su juguete, señora. Soy una basura. Úseme, por favor. Déjeme complacerla – exclamó entre gemidos.

Tirando de la correa le hizo ponerse de rodillas. Entonces, suavemente, le besó brevemente. Él se quedo con ganas de más. Ella lo sabía. Borja sentía todo su cuerpo pidiéndole incorporarse y rodear gentil pero pasionalmente el cuerpo de quien le castigaba, pero no podía, sabía que se tenía que reprimir.

Volviendo al sillón, Jennifer se sentó con las piernas separadas y adelantando su pelvis hacia adelante.

  • Ven y lame aquí – le ordenó indicando con el dedo su zona genital.

Él dudó. Realmente no le atraía la idea de lamer un pene. Ella lo sabía. De hecho, no se lo ordenó tanto por el placer que le daría físicamente el que él pasara la lengua por allí, si no por el placer que le daba humillarlo consintiendo a algo que le daba casi repulsión con el sólo fin de complacerla.

Tras un momento de duda, él acató las órdenes que se le daban. Acercó despacio su boca a la pelvis vestida que se le ofrecía y comenzó a lamer con cierta intensidad, como si fuera un perrito, a través de la tela. Como un ejercicio de supervivencia, intentó convencerse de que estaba lamiendo un clítoris. Lo cierto es que el pene de Jennifer era lo suficientemente pequeño, más aún ceñido por la tela. Por ello, no le fue tan difícil. Además, Borja se sorprendió pensando que olía como una hembra.

Luego de un rato, Jennifer le jaló fuertemente del cabello obligándole a recostarse de espaldas al suelo. Él pensó que no entendía para qué le había puesto un collar si iba a seguir guiándole textualmente de los pelos. Lo cierto es que ella gozaba con aplicar cierta agresividad sobre él.

Liberando su brevemente la parte baja de su body, Jennifer se sentó sobre el rostro del muchacho casi ahogándole. Él comenzó a lamer sin que ella se lo tuviera que ordenar. Separó los cachetes y comenzó a lamer aquel ano como si le fuera la vida en ello. La polla del muchacho comenzó a dar pequeños saltos, somo si un motor invisible estuviera luchando por llevar la bandera a lo más alto. Ella lo notó, pero decidió no prestarle atención por el momento. Mientras él seguía inspeccionando la cavidad con su lengua, ella comenzó a pinzar sus pezones entre sus filosas uñas. Esto no hacía si no apuntarla la excitación del chico por más que le causaba dolor.

Cuando se cansé de sentirle jugando en su culo, volvió a cogerle del cabello y le hizo seguirle hasta un espejo de pie.

  • Mírate al espejo – le ordenó mientras buscaba algo en un mueble de la sala.

Borja mantuvo su mirada fija en el espejo analizando a aquella persona desconocida que le miraba desde dentro. Si bien no terminaba de reconocerse, sentía que ahora se quería y conocía más que antes de entrar al piso.

  • Abre la boca y cierra los ojos – le ordenó su dueña, y así lo hizo.

Borja sintió como lentamente pero sin pausa algo tubular iba entrando a su boca. Al principio pensó que era una de esas mordazas que llevan como una bola en la parte interior, pero aquello seguía entrando. Lo hizo hasta llegar a su garganta y provocarle una arcada. Como acto reflejo, no pudo evitar llevar las manos hacía el objeto intentando pararlo, mientras abría los ojos vidriosos y sentí como sus propias babas resbalaban por su pecho peludo. Al ver al espejo descubrió que lo que tenía en la boca era un dildo de látex. El verse con aquello en la boca le hizo sentirse humillado. Pero sin embargo, sin que se le dijera nada, se cogió las manos a la espalda para que su dueña pudiera seguir con lo que tenía planeado para él.

Jennifer volvió a introducir el pene falso hasta topar con la garganta de su sumiso varias veces, con toda la intención de hacer que se atragantara y salivara profusamente. Esto se repitió varias veces, con intervalos para dejarle descansar. Luego volvía a producirse la escena pero con más violencia. Al final de varios minutos, las lágrimas y salivas de Borja comenzaron a mezclarse con las de su ama, que caían sobre el atractivo rostro del joven, lloviendo sobre el cuerpo desnudo.

  • Has sido un buen chico hoy. Te daré un premio.

  • ¿Me dejará hacerle el amor, señora?

Jennifer rio ante la perpleja mirada del chico.

  • ¿Hacerme el amor? No eres hombre suficiente para eso. Y si una mierda como tú quiere llegar a obtener ese privilegio, vas a tener que trabajar mucho.

  • Lo siento, señora – susurró Borja sin poder disimular su desilusión.

  • No, te voy a dejar eyacular – le dijo mientras volvía a sentarse cómodamente en el sillón.

  • ¿Me dejará, al menos, lamer sus pechos, mi reina?

  • Ni te me acerques. ¿No ves como vas? Todo lleno de babas. Das asco. No. Comienza a masturbarte mientras me miras. Demuéstrame que eres un macho.

Esa última frase le destruyó. Puso toda la presión que siempre había querido evitar sobre él. No podía fallar. Tenía que eyacular gloriosamente demostrando su fertilidad, su virilidad exagerada, probando que él merecía estar para ella.

Comenzó a masturbarse utilizando todos los trucos que había aprendido a lo largo del tiempo. Se acariciaba los huevos con un mano y con la otra subía y bajaba la piel que contenía su potente mástil. A veces dejaba sus huevos libres y se acariciaba un pezón mientras seguía autoestocándose. Mientras hacía todo esto miraba la figura de su señora. No era perfecta, pero era lo más bello y deseable que él había visto. Quizás por no ser perfecta, pero sobre todo porque había algo animal entre ellos.

Ella, relajada y displicentemente, se acariciaba los pechos provocándole mientras disfrutaba de ver aquel hombre, tan pagado de sí mismo, bajo su poder. Él no lo podía saber, pero las micro-eyaculaciones que ella había tenido durante la sesión habían empapado sus bragas.

Luego de varios minutos, le leche comenzó a brotar como un manantial que se esparció en el propio cuerpo del chico y en el suelo.

Al notarlo, ella se acercó, se inclinó, recogió la lefa en su mano y se la pasó por el rostro del chico.

  • Ahora vete. Ya te diré algo – le dijo tras escupirle.

  • ¡Gracias, señora!

  • Te puedes vestir antes de salir a la calle – le anunció ella que había notado que ya había empezado a haber movimiento en la calle – pero no te puedes limpiar ni el cuerpo ni el rostro hasta llegar a tu casa.

  • ¡Gracias, reina!

Borja se puso la ropa rápidamente. Salió del edificio, montó a su moto y partió hacia su casa siguiendo las instrucciones de su ama. Apenas le daría tiempo a ducharse y dormir un par de horas antes de salir hacia su trabajo. Sólo deseaba volver a estar con ella.

La dignidad del mandril II

Xtudr, el chat esencial para los fetichistas gays, te conecta con miles de chicos en tu área que comparten tus gustos. Disfruta de la comunicación instantánea enviando y recibiendo mensajes.

Explora una forma rápida, sencilla y divertida de conocer gente nueva en la red de encuentros para chicos líder como meame_y_hostiame.

Con Xtudr, puedes:

- Crear un perfil con fotos y preferencias.

- Ver perfiles y fotos de otros usuarios.

- Enviar y recibir mensajes sin restricciones.

- Utilizar filtros de búsqueda para encontrar tu pareja perfecta.

- Enviar y recibir Taps a tus favoritos.

Regístrate en la aplicación fetichista y BDSM más popular y comienza tu aventura hoy mismo.

https://www.xtudr.com/es/relatos/ver_relatos_basic/40827-la-dignidad-del-mandril-ii