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En la boca del lobo

Escrito por: Terr

CBT Pies Sudor

Empezamos donde lo dejamos en el anterior relato. Yo tenía relación que para muchos era idílica. Un novio que me quería, que lo daba todo por mí y que satisfacía mis necesidades. Sin embargo, el monstruo del ego asomaba y la sensación de querer más terminaría por alejarme de él.

En retrospectiva y con justicia, reconozco que él no podía hacer más. Si bien es cierto que este mundillo es muy amplio, todos los sumisos comparten patrones: algunos los fetiches, otros el deseo de la humillación, de sentirse útiles o usados... Miguel, mi novio, lo hacía todo por amor, pero sin sentir ni la sumisión ni el morbo. Con el tiempo empecé a comprender que todo aquello era como tener a un robot que ejecutaba a la perfección lo que yo quería, pero sin el calor de la carne. Yo quería humillar, doblegar espíritus, hundir miradas a mi paso.

Empezó casi como un juego. Me registré en varias aplicaciones que conocía de oídas para ver si podia dar rienda suelta a mis pasiones, no tanto para probar sino para hacerme alguna paja. Lógicamente, tratándose de una historia de iniciación, yo no sabía bien como moverme. A un perfil nuevo le habla mucha gente, más si es inexperto. Todo eso me reportaba mucha satisfacción porque aunque no todo lo que me decían iba en serio, sí entendía que todo esto era más amplio de lo que yo imaginaba.

Durante un tiempo estuve leyendo relatos, colgando anuncios en páginas y chateando con gente. En aquél entonces vivía en una ciudad pequeña y eso retrasó el paso de lo virtual a lo real. Mi novio, obediente como siempre, seguía satisfaciéndome en todo, pero yo pensaba menos en él y más en lo que leía.

Llegó una oportunidad que no podía dejar escapar. Un hombre maduro, grande, fetichista de pies y que quería que le pisase los huevos. Esa era una de las cosas que con mi novio no podía hacer, nunca le pegué más allá de cuatro azotes. No me lo pensé mucho. Había tenido conversación larguísimas con otros hombres sin que terminasen en un encuentro y sin embargo este maduro consiguió que en pocos días estuviera en su casa. Iba a ser la primera vez que ponía los cuernos.

Como esta es una historia real, a pesar de que me tome mis licencias, evitaré cualquier tipo de adorno que me dejé a mí como al típico héroe de película. Yo estaba más bien cagado, me había metido en la boca del lobo. Una cosa es charlar, otra cosa es tener a un tío delante para que lo humilles. He pensado mucho en este encuentro así que creo poder desgranar todo lo que pasó, sin omitir, sin embellecer.

Todo fue más bien rápido y acabó antes de tiempo. Llegué a su casa y me recibió un hombre ligeramente distinto al que había visto en fotos, que sin duda eran de años atrás. Maduro, de unos cincuenta años, regordete, peludo y con mucha pluma. Me senté en su sofá y él se quedó de pie, mirándome. Recuerdo su mirada grasienta que me hizo sentirme sucio pero al mismo tiempo deseado. Lejos de ser yo el dominante, me sentía un poco su presa. Supe inmediatamente que él estaba para satisfacerse a sí mismo, pero la maquinaria del morbo ya estaba en marcha.

Le mandé desnudarse y lo hizo a toda prisa. Su cuerpo me excitaba muchísimo, así como la situación pues apenas habíamos hablado y ya estaba desnudo. Aparentando una seguridad que no tenía, le ordené quitarme las zapatillas. Había ido andando hasta su casa y por mi tendencia a sudar sabía que tendría los calcetines empapados.

Yo soy fetichistas desde que tengo uso de razón. Por algún motivo, me encantan mis pies y pocas cosas me dan más morbo que el que un tio me los coma. Mi novio sabía eso y de vez en cuando los lamía o masajeaba, siempre cuando estaban limpios. Este tío, en cambio, cuando vio que estaba sudado empezó a olisquear como un perro. Primero metiendo el hocico en las zapatillas, después esnifando los calcetines y por última quitándolos con cuidado. Yo cerré los ojos y disfrute del gordo maduro devorando mis plantas y escarbando entre mis dedos. Desde donde estaba yo olía mi sudor, pero a él lejos de importarle, le excitaba.

Sin poder resistirlo más, me desnudé de cintura para abajo y empecé a pajearme. Por dar detalles sobre mi cuerpo, diré que tengo una complexión normal, peludo pero no mucho, polla normal y proporcionada. De nuevo, no soy ningún héroe de película.

Le dije al fetichista que se tumbara en el suelo y mientras yo me pajeaba, le pisaba la polla con los pies. Era pequeñita y gorda. Soltaba mucho precum y le costaba bajar el prepucio. Al principio hacía un poco de presión y le restregaba el glande. Con el estado de excitación en el que estaba, empecé a subir el ritmo. Pataditas en los huevos que él acompañaba de gemidos muy ridiculos. Pisotones más fuertes en los que su glande se aplastaba como si fuera de gelatina. Paseaba mis pies por todo él disfrutando de su cuerpo sudoroso bajo mis plantas.

Me apetecía que me volviera a comer los pies y así se lo dije. Se colocó como antes con la salvedad de que además de lamer mis pies, se estaba también haciendo una paja. Yo llevaba un buen rato masturbándome y notaba que no tardaría mucho más en correrme.

Cuando todo iba más o menos perfecto y estaba disfrutando como nunca, él hizo algo que no me gustó. Abandonó su lugar en el suelo y levantó la cabeza para intentar comer mi polla. Yo le empujé para abajo, cosa que no sirvió de nada porque volvió a intentarlo. Instintivamente, me levanté y le solté un bofetón. Fue una de esas cosas que se hacen sin pensar. Él se quedó en el suelo, mirándome embobado, hasta que sonrió y empezó a pajearse más fuerte.

De nuevo, esa mirada tan sucia, tan grasienta. Yo era su caramelito. La situación estaba siendo mucho más excitante para él que para mí. Me vestí rápido, me calcé y me fui sin despedirme mientras él seguía en el suelo, con la cara roja, con el sabor de mi sudor en la boca. Si esto fuera una película diría que se corrió justo cuando yo cerré la puerta; como no lo es, solo nos queda imaginarlo.

Salí a la calle con mil ideas en la cabeza. Intuía que me habían utilizado. Extrañamente, no me importaba mucho. No quería volver a estar en una situación en la que yo no tuviera las riendas, pero tal y como fue, sin culminar, sin acabar siendo satisfactoria para mí, hasta ese momento había sido la experiencia más excitante de toda mi vida. Sabía que marcaba un antes y un después.

Me fui a la casa de mi novio y abusé de mis privilegios. Ya os he dicho que nosotros follábamos siempre que yo quería, jamás me ponía pegas. Si le pareció raro la intensidad con la que yo llegué, no lo dijo. Estuvimos un rato besándonos mientras le agarraba del culo hasta que le susurré en el oído que se lo limpiase. Espere en la cama hasta que volviera del baño y me abalancé sobre él en cuanto pude.

Le comí el culo con ansia, le metí dos dedos con una brusquedad que nunca había tenido con él y enseguida los sustituí por mi polla. Él tenía un culo tragón, pero no tanto. Generalmente cuando le follaba, tenía que esperar un poco para que se acostumbrara. Ese día empecé a embestir desde el principio. Me pidió dos veces que parara y yo le dije que no. Estaba desbocado, solo quería follar y correrme dentro. Al rato noté como su esfínter se abría y mi polla entraba como si fuera mantequilla. Seguí follándole y como estaba a cuatro patas le puse el pie cerca de la cabeza para que lo chupara. Por supuesto, tenía todavía restos de la saliva del otro tío, pero eso él no lo sabía. Con la idea en mente de que le había puesto los cuernos y encima le estaba dando de comer las babas, me corrí dentro.

Acabámos abrazados. Él bromeó diciendo que qué me había pasado hoy, que había tenido tantas ganas. Yo estaba pensativo, con la tristeza que siempre me inunda después del orgasmo. Mi corazón latía a mil por hora: no había sido un polvo rápido, más bien corto, pero sí muy intenso. Sin duda, el mejor de mi vida. Tristemente, el último que tendría con mi novio.

Una semana después hice de tripas corazón y le confesé que ya no estaba enamorado de él. Quería cortar y me sentía como una mierda. Oculté deliberadamente que en parte era porque no era capaz de saciar mi apetito sexual. No me gustó hacerle daño, pero no tuve ni tengo ningún remordimiento por haberlo engañado.

A estas alturas cada uno se habrá hecho una imagen de mí. Yo he sido honesto y he confesado todo. No omito juicios, pero mi vida, mal que pese, tampoco es asunto de debate. Yo me sentía mal por haber cortado con mi novio, una buena persona que lo había intentado todo. No me sentía mal por pensar que me merecía algo más, no mejor, sino más compatible conmigo. Él se había volcado en mí pero no se le puede pedir peras al olmo. Nunca sería una persona que aceptaría con gusto un bofetón, ni que limpiase mis pies de sudor, ni que bebiese mi orina y tantas otras cosas que probaría con el tiempo.

Sí me sentía un poco bicho raro, un juguete roto. Una parte de mí quería ser una persona normal que pudiera tener relaciones normales. Otra parte de mí se sentía excitada por esos impulsos animales que me llevan a querer controlar y estar siempre por encima. No obstante, había descubierto que esto iba en serio, que a la gente le gustaba y que yo no estaba haciendo nada malo.

Se abría un camino nuevo para mí. No tenía ya ninguna atadura. Me prometí que no volvería a tener una relación, ni sexual ni romántica, sin un componente marcado de morbos y dominación. Ha pasado un tiempo y esa promesa no la he incumplido.

En la boca del lobo

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