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El sumiso casado

Escrito por: Terr

Humillación Lluvia Maduros Osos Pies Sudor

En muy poco tiempo se había obrado una transformación en mí. Había dejado a mi novio, con el cual tenía una relación que funcionaba, para apostar por mí mismo. Por primera vez en mucho tiempo era libre y tenía la determinación suficiente para experimentar mi lado dominante, pero no a cualquier precio.

La vida se escribe a sí misma y yo soy un simple narrador. Me gustaría contar que tuve éxito en seguida, pero sería mentira. En mis primeros meses de libertad no tuve más que dos encuentros, tan insatisfactorios que ni merece la pena comentarlos. Me topé con la dura realidad, que es que la mayoría de los que se hacen llamar sumisos no son más que pasivos a los que les gusta el sexo con aderezos. Yo estaba seguro de lo que quería, pero era complicado copar con la frustración de querer hacer tantas cosas y no tener nadie con quien practicarlas.

No es que fuera especialmente exigente. Sabía muy bien lo que quería y no pensaba aceptar menos. El sumiso que quisiera estar a mis pies tenía que ser una persona normal, con la que pudiera hablar de todo un poco, con los mismos morbos que tenía yo y del físico que más me gusta. Ahí fuera tenía que haber algún oso con fetiches como los míos y yo estaba preparado para cazarlo.

Tras meses de búsqueda, lo encontré. Haré una descripción: casado, de unos cuarenta años, bisexual y con ganas de congeniar a alguien serio con el que tener encuentros ocasionales. Físicamente era gordo, no de los fofos, sino más bien fuerte. Tenía cara de bonachón y estaba depilado por completo. Sus morbos eran el sudor, los pies, la lluvia dorada, las corridas en la cara y azotes no muy fuertes. Aparte de que conectara conmigo en tema de físico y morbos, lo que más me atrajo de él es que no fuera promiscuo. No quería jugársela con ningún tío que no supiera tener la polla quieta. Él, a pesar de tener esa doble vida de sumiso, quería a su mujer y tenía sexo con ella.

Los encuentros con este sumiso se pronlongaron durante un año, quedando más o menos una o dos veces al mes. No era mucho, pero nos servía a ambos para saciar la sed. Gracias a él me inicié en varias prácticas y a día de hoy, aunque tengo la suerte de haber vivido cosas mucho más intensas, me sigo acordando de él.

La primera vez que quedamos me estaba esperando desnudo detrás de la puerta. Para aparentar seguridad, entré como Pedro por mi casa hasta encontrar el sofá y sentarme. Si recordáis mi anterior relato, yo tenia muy poca experiencia en esto, pero había superado los nervios de la primera vez. Vino donde mí, se arrodilló a mis pies y me pidió permiso para quitarme las zapatillas. Él era un verdadero cerdo, porque no hay otro modo de llamarlo, y lo que más le gustaba era el olor a sudado. Se tiró un buen rato oliendo mis calcetines y cuando los retiró, los hizo un gurruño y siguió oliéndolos. Yo estaba en la gloria: soy muy fetichista y nunca había tenido a un tío que disfrutase tanto con esto. Había encontrado la horma de mi zapato.

A mis pies les prodigó más atenciones si cabe. Los lamía por todos lados, sin perder espacio de piel del que no apreciar su aroma, textura y sabor. Es impresionante como una pequeña parte de la anatomía que nada tiene que ver con nuestra sexualidad puede provocar tantas sensaciones. Sin poder aguantar más, me bajé el pantalón y empecé a pajearme. Él siguió comiendo mis pies mientras nos mirábamos, conscientes ambos de que a los dos nos daba morbo que vieran lo que estábamos haciendo. Puse los pies en su cara y la tapé casi por completo notando cómo mis plantas hundían sus párpados.

Estaba tan cachondo que dejé que me comiera la polla. Primero le hice descapullarla y olerla. Después se la metí toda presionandole de la cabeza hasta que le dio una arcada. Luego dejé que me hiciera una mamada. Fue muy regulera, como todas las que me hizo, pero eso no quiere decir que no la disfrutara. Para lo grande que él era, tenía la boca muy pequeña y no tenía ni idea de cómo usarla. Yo, que estaba acostumbrado a la boca de mi ex, que se ajustaba a mi polla como un guante, lo encontré decepcionante.

Como esa mamada no iba a ningún lado, me puse de pie y le follé la boca. Seguía siendo demasiado pequeña y así se lo dije. Creo que utilicé la palabra "inútil", cosa que le provocó un gemido. Le follé la boca hasta que no pude más y me pajeé encima de él. Protestó porque quería recibirlo en la cara, solo que precisamente no hacerlo como él quería a mí me ponía aún más. Me corrí en el suelo de su salón y después le hice lamerlo.

No estuvimos mucho más, en total el encuentro duraría poco más de 15 minutos. Le ordene que me volviera a poner los calcetines para calzarme y me fui.

A partir de ese momento eso se convirtió en nuestra rutina. Yo iba una o dos veces al mes a su casa, por las mañanas siempre, cuando su esposa trabajaba. Me preparaba un café y yo me lo tomaba mientras adoraba mis pies. Después de eso me pajeaba, me la mamaba o me follaba la boca hasta que me corría. A veces hablábamos un rato al terminar y otras veces me iba sin más.

Ambos teníamos morbos por explorar así que poco a poco fuimos introduciéndolos. A él le gustaba el olor a calcetines sucios así que en varios encuentros fui a su casa después de haber salido a correr. Incluso le regalé un par usado una vez. Yo quería sentir una lengua en mi culo y le hice darme mi primer beso negro, en lo cual he de decir que era mucho mejor que haciendo mamadas. Toda relación, da igual si eres dominante o sumiso, se basa en un toma y daca. Yo le daba algo y él me daba algo a cambio a mí, así de simple.

Hubo varios morbos en los que no pudimos ser compatibles. A mí me gustaba sacar a colación el tema de su mujer y humillarle por eso, diciéndole cosas como si no le daba vergüenza hacerla cornuda. Él esquivaba siempre el tema. Curiosamente, se consideraba sumiso conmigo pero macho con ella. Decía que solo se dejaba dominar por hombres.

Él era muy insistente con que le hiciera lluvia dorada. Su mayor fantasía era quedar con un Amo en un bar y beberse una cerveza llena de meados delante de todo el mundo. Yo tardé mucho en concedérselo porque siempre me ha costado mear delante de otras personas. La única vez que lo intentamos no pude soltar más allá de cuatro chorros tímidos, aunque para ser sinceros no ayudaba la postura que adoptamos en una ducha tan diminuta en la que apenas cabía una persona.

A pesar de ese borrón, yo estaba muy contento. Había hecho lluvia (malamente, sí, pero todo es empezar) y me habían limpiado la polla después de mear. Tenía un esclavo que me daba placer en los pies y al que podía pegar y humillar. También habíamos follado, aunque eso, comparado con lo que he contado, no es nada.

Para terminar el relato, voy a contar la experiencia más intensa que vivimos. Era verano y él se quedó de Rodríguez. Me comentó que la casa de sus padres se quedaba libre y como tenía piscina, podíamos aprovechar para darnos un baño. Fue la única vez que alteramos la rutina de quedar por las mañanas, aquí te pillo, aquí te mato, y si te he visto no me acuerdo.

Me recogió y fuimos en coche para allí. La casa era uno de esos adosados de las afueras y la piscina la compartía con los vecinos. Era agosto, picaba el sol y no había nadie a la vista. Ya en su casa le demostré por qué el verano es la mejor época para un fetichista y es que yo llevaba el día entero sudando. Por no aburriros, sí, hicimos lo de siempre. Me desnudó y me lamió todo el sudor de mi cuerpo. Sí, me encantan las rutinas, si algo funciona lo repito.

Yo ese día quería follar y él se había limpiado el culo para mí. Como yo no tenía encuentros sexuales y él solo lo hacía con su esposa, follábamos a pelo. A mí me encanta comer culo para prepararlo bien y el suyo era el único depilado que me había comido. No le costaba mucho dilatar, aunque se notaba que no estaba muy usado. Como yo tengo una polla normal y proporcionada, ni grande ni gorda, se la metía sin más lubricación que mi saliva.

Follando siempre se despierta mi instinto animal. En lo demás puedo ser cabrón o duro, pero siempre cuando me apetece. Follando nunca he podido controlarme, ni siquiera con parejas vainilla. Follo despiadadamente, pegando azotes, mordiendo, sin parar aunque me lo pidan. Me da mucho morbo que supliquen y no hacer caso. También tengo por costumbre meterla de golpe al principio, aunque duela... porque duele.

Follamos hasta que me corrí en sus entrañas. Creo que no he sudado tanto como ese día. Además el sofá era de cuero y por él resbalaba todo. Después de descansar un poco y de que él me limpiara la polla, fuimos a darnos un baño.

En la piscina me contó cuál era su plan. Quería ir al cine y probar algo morboso. Yo ese día no tenía nada que hacer y estaba a gusto. Estuvimos un buen rato en el agua disfrutando y hablando de la vida. Un sumiso podrá ser solo un par de agujeros, pero si tiene algo con lo que rellenar la cabeza es todavía más interesante. Nos cambiamos, dejamos las cosas en la casa y fuimos al cine.

Vimos una película espantosa, pero eso fue lo de menos. Antes de entrar compramos palomitas y bebidas. Pidió un vaso extra y no pusieron pegas, aunque nos miraron extrañados. Previa entrada a la sala, yo fui al baño con el vaso vacío, entré a un cubículo y lo llené hasta arriba. Al estar solo no hubo ningún problema. Salí del baño, pasé delante de gente con el vaso rebosante y caliente y busqué mi asiento. Me senté a su lado y le di el vaso. Se pasó todo el principio de la película bebiendo mi meado. Que hubiera tanta gente ese día en la sesión le dio extra morbo. Desafortunadamente, estábamos en un sitio muy visible (asientos de dos en el lateral) y no pudimos hacer nada más. En un momento me cogió la mano y la puso en su paquete, que estaba duro como una roca. A mitad de película volví a ir al baño y se lo volví a llenar. Ese día tragó más de un litro de mi orina.

Después del cine volvimos a la casa de sus padres con el calentón de recordar lo que habíamos hecho. Solo quedaba recoger las cosas que habíamos dejado, los bañadores y la toalla secándose, y volver cada uno a su casa. Antes de hacer eso, le puse a cuatro patas y sin quitarme la ropa, apenas bajando el pantalón, le follé la boca hasta correrme en su cara. Condujo un rato con mi leche en su cara mientras poco a poco la iba lamiendo.

Esa fue la penúltima vez que quedé con él. Desde entonces hemos hablado alguna vez, pero poco. Yo estaba empezando una relación con un sumiso y cada vez tenía menos ganas de quedar con él. Era buen sumiso, pero insistía mucho en el asunto de la lluvia dorada. Al fin y al cabo estaba para satisfacer sus morbos y yo buscaba algo más parecido a lo que tenía con mi exnovio, pero con un verdadero sumiso entregado.

El sumiso casado

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