Contenido 18+

18+ significa contenido Adulto. La vista del contenido en esta comunidad podría no ser adecuada en algunas situaciones.

Las publicaciones de esta página pueden contener imágenes, referencias o historias explícitas.

Largo camino

Escrito por: MasterJuan

Castigo psicológico Relación de pareja

Miedo. Siempre ha sentido miedo. Siempre ha tenido miedo.

Miedo a ser abandonado. Miedo al hambre, al frío, a la soledad, a ser desplazado, a pasar desapercibido, a no tener a quien recurrir, a que nadie sepa que existe, a estar solo en un lugar donde no conoce a nadie, a no tener dónde dormir.

De eso está plenamente consciente: que lo que signa su vida es el miedo. Se encuentra solo temblando de miedo. Ese es un recuerdo recurrente y siempre presente.

Miedo a ser despertado en medio de la noche con un arma en la boca, expulsado de la cama y obligado a permanecer en el frío.

Miedo y pesadilla.

Quisiera que solo fuera una pesadilla, pero es un recuerdo demasiado vivo de no hace mucho tiempo.

Y este recuerdo le viene justo ahora, cuando está solo, en medio de la noche, en una pobre pensión de estudiante universitario. Y le vine justo cuando la dueña de la pensión le ha notificado, la noche anterior, que si no paga la cuota vencida del mes, que deberá abandonarla, que ya es suficiente espera.

Y no es la primera vez que sucede y teme, no será la última.

Nunca quiso venirse a estudiar a esta ciudad, tan alejada de donde nació y vivió, nunca. Pero, no había otra solución. O quizás sí, pero el miedo le obligó a aceptar esta vía.

Apenas había cumplido 19 años. Era un muchacho tímido, callado, insignificante, de un pelo negro azabache, ojos café, piel pálida, no muy alto, que casi nunca miraba a los ojos, que evitaba saludar, se comía las uñas, se sentaba al fondo y se quedaba dormido cuando la materia no le llamaba la atención.

Se veía a sí mismo como un sujeto mediocre, sin mayores méritos, que no destacaba en nada. Tampoco le interesaba algo en especial, salvo los animes japoneses. Los devoraba y dibujaba. Era lo único que le motivaba. Tenía cuadernos con dibujos y hasta había escrito una historieta con un personaje que había creado.

Pero a pesar de su deplorable visión de sí mismo, no era un tonto. Tenía habilidades matemáticas superiores a la media y una sobresaliente capacidad lectora. Le bastaba leer una vez algo para entenderlo. Por eso le había ido bien, contra todo pronóstico, en la enseñanza secundaria y sus resultados en la prueba de selección universitaria había sido más que satisfactoria, pese a que ni siquiera estudió. De hecho, no solía estudiar y rara vez le preocupaban los temas escolares, los miraba despreocupadamente. Mejor dicho: tenía otras prioridades: sobrevivir.

Porque tenía una vida complicada, llena de problemas, completamente alejados a él en su solución. Su madre era una hija natural de un hacendado que la reconoció, junto a su hermano, casi en la hora de su muerte, pero ello no impidió que tuviera qué padecer todas las adversidades de esa condición en una sociedad rural y conservadora.

Esta joven mujer terminó trabajando como sirviente en la casa patronal de otra hacienda. Fue allí donde conoció a uno de los hijos ya adultos de esa familia. Había 15 años de diferencia entre esa mujer y hombre. mantuvieron una intensa relación amorosa que culminó con el nacimiento de un niño al que le impusieron el nombre de Aitor. El nombre lo eligió el padre en honor a su abuelo y siguiendo la tradición de la familia de origen vasco. Le eligió el nombre, pero no le reconoció.

Ni le reconoció ni lo presentó a a su familia, pero siguió conviviendo con la madre, mientras seguía con su familia legal, donde tenía 4 hijos. De esos 4 hijos legales, dos eran mayores que Aitor. Todos en la familia paterna y en la circulo social sabían de la existencia de Aitor, pero le ignoraban. La madre y Aitor vivían en una pequeña casa que el padre financiaba, puesto que mantuvieron la relación hasta que el niño cumplió 14 años. Fue en esa época, aproximadamente en que la relación se rompió definitivamente, no sin drama ni un pequeño escándalo social.

Aitor vivió esos años en forma semi oculta, siendo ignorado por la familia paterna y sin relación con la materna. Era un niño solitario, que casi no tenía amigos. El padre tenía prohibido que el niño saliera, participara en actividades deportivas, iba a una escuela publica. Eso fue un tormento para el niño, porque era motivo de burlas, especulaciones y chismes y malidicencias. En la vida familiar propiamente tal, el padre no era afectuoso con Aitor, con mostraba ningún interés por él ni tampoco tenía predicaciones sobre su vida. Sólo exigía que anduviera limpio, que no hiciera problemas ni tuviera vinculaciones.

La ruptura implicó que la madre y el niño se quedaran sin un lugar donde vivir. Se fueron a vivir a unas estrechas habitaciones tras un bar donde la madre encontró un trabajo en un bar. Ese cambio fue demasiado dramático para Aitor, toda vez que se convirtió en el medio mediante los padres se mandaban recados y requerimientos. varias veces, el niño Aitor debió caminar varios km hsta la casa dentro de la hacienda del padre a tratar de hablar con él, para solicitarle dinero prometido. No unas, sino que en varias oportunidades el niño Aitor debió escucha los retos, la ira y la molestia del padre, para llegar donde la madre con las manos vacías, recibiendo todas las recriminaciones de esta.

El niño fue desarrollando un fuerte sentimiento de culpabilidad y en su mente comenzó a incubarse la idea de acabar con su vida. Lo intentaría varias veces, con malos resultados. Pero eso le atormentaría y sería una idea recurrente para salir de sus angustias.

La madre inició una demanda por pensión de alimentos por Aitor. El padre usó todos sus contactos para enturbiar, complejizar y demorar un fallo, pero finalmente accedió. No pidió derecho de visitas y se fijó una pensión de alimentos de muy bajo monto.

La vida de Aitor no mejoró, solo cambio, puesto que la madre inició una relación con un hombre de su edad, propietario de otra hacienda. Habían sido amigos en la juventud y ahora retomaron la relación. Contra todo pronóstico, el hombre desarrolló cierta cercanía con Aitor, aunque tenía sus propios hijos de un divorcio.

Igual era una relación difícil, porque Aitor era (y es), un niño muy ensimismado, distante y extremadamente tímido. El hombre le exigía ciertas labores a Aitor, que las cumplía, pero siempre le hacía reparos. No había violencia física, pero sí un cierto desagrado. A pesar de ello, Aitor encontraba que este hombre le mostraba interés y hasta las reprimendas las sentía más verdaderas y genuinas. tardaba casi una hora en llegar cada mañana al colegio público, sin dinero y con una escuálida colación, pero lo prefería. Así estaba solo.

No tenía amigos en el colegio, salvo alguien mayor, que había repetido un curso, flojo y un poco abusador, al que le ayudaba a hacer las tareas y en cierto modo le protegía. varias veces le agredió, pero a Aitor le seguía agradando. Si, Aitor estaba enamorado de él, pero el otro muchacho nunca le interesó y tenía novia, con la cual mantenía una activa vida sexual. Aitor sabía que no tenía ninguna posibilidad allí, pero igual le gustaba estar cerca de él.

Aitor tenía pocos momentos felices, y disfrutaba de pequeños espacios: ver jugar fútbol a sus compañeros, sentir el viento soplando en el cañón atravesando el puente que unía ambos costados, el agua fría en las mañanas, el olor a heno de los establos y leer.

Casi no veía televisión, tampoco escuchaba música. Hablaba solo mientras caminaba y recitaba párrafos que le gustaban. No veía televisión porque el padre nunca quiso que tuvieran una y cada vez que lo sorprendió viendo, lo reprendió. Se acostumbró.

Pero esta relación de la madre molestaba al padre de Aitor, que comenzó a recriminar a la madre y al propio Aitor por esta situación. Exigía visitas del niño solo para hacerle presente su molestia y que no pagaría la pensión. Tardó meses en pagar la pensión y tuvo que ir Aitor un domingo en la mañana a escuchar un largo reto para que el padre depositara apenas un mes de pensión.

Aitor literalmente se enfermaba con estas juntas. Lloraba solo, le dolía el estómago y no decía nada, a nadie.

Su vida en esa casa no fue especialmente agradable, pero le alejó, por un tiempo, de la enfermaste y tóxica relación entre su padre y madre, temporalmente alejados. Pasaba solo, pues la madre convivía con este hombre en la casa principal y él ocupaba un pequeño cuarto junto a trabajadores de la hacienda, que eran, para estos efectos, su familia. Con ellos comía y pasaba gran parte del tiempo.

Pero todo terminó abruptamente, pues el padre hizo lo imposible para que esa relación concluyese, ofendido porque era comentario vox populi que su amante ya no lo era. Aparte, este hombre que osaba tener como conveniente a la que había sido su amante, le gritaba voz en cuello en el Club Rural que ambos frecuentaban que “le estaba matando el hambre a los bastardos que te niegas a mantener”, en alusión a Aitor.

Uso todos sus contactos, movió a sus conocidos y ejerció tal presión que la madre y Aitor tuvieron que dejar la hacienda y volver a la pequeña ciudad, donde no tuvieron dónde vivir. Terminaron ocupando dos pequeños cuartos atrás de un bar ubicado casi en los límites urbanos, junto a la estación de trenes y a la plaza donde aparcaban los camiones que hacían transbordo de cargas. Era un sitio sucio, feo, mal cuidado, bullicioso y peligroso.

Y aquí comenzó la parte más desagradable y violenta de su vida adolescente y juvenil: su madre empezó una intensa y turbia relación con un sujeto que era un tipo peligroso. Traficante de droga, vivía al borde de todo. Andaba armado y usaba la violencia. Gozaba con la fuerza, humillando, maltratando, dejando en claro que él era quien mandaba. mantenía una relación tensa con la policía y era quien regentaba el bar donde ahora residían. Aitor ayudaba cargando y ordenando cajas de licor, limpiando el bar y los alrededores.

Sentía mucho miedo con la presencia de este hombre. Un día fue a buscar a su madre, que no estaba, pero igual ingresó a los cuartos que ocupaban y cogió a Aitor y lo abofeteo preguntándole dónde estaba su madre. El muchacho realmente no sabía, terminó llorando y paralizado por el miedo.

La madre había comenzado una relación com este sujeto que imponía los términos: si llegaba y estaba Aitor, tenía que salir y solo regresar cuando éste se hubiera ido. Pasaba horas caminando por los alrededores, durmiendo en plazas y en paradas, esperando poder regresar a la parte trasera del bar. Lo hacía silenciosamente y sólo si comprobaba que este sujeto no estaba, recién ingresaba. Podían dar las dos o tres de la mañana, en pleno invierno, lloviendo o con temperaturas cercanas a cero y tenía que esperar afuera, en un rincón.

Pero lo más duro fue una noche, cerca de navidad, cuando Aitor estaba durmiendo en su cama, a eso de la una de la mañana y sintió que algo frio le despertaba y que tocaba su cara. Era un metal duro y circular: el cañón de una pistola que se posaba en su mejilla y que el hombre movió hasta introducirlo en la boca del muchacho para decirle:

  • O te vas o te voy - y al decirlo, sacó el seguro del arma.

Ese sonido lo escucho con toda su intensidad y en un silencio total y lo sigue acompañando hasta hoy.

Apenas se vistió y salió, con el deseo de no volver más. Esa noche camino un largo rato, con frio y viento y en un momento, pensó en lanzarse desde el puente, pero no tuvo la fuerza de hacerlo.

Ese fue otro escalón del miedo, pero no fue aislado. Siguió casi seis meses en ese estado de angustia permanente, intentaba no volver y casi no caminaba. Iba a la escuela, con desánimo y no podía concentrarse, pero todo terminó un día cuando estaba sentado en su cama, tratando de hacer un dibujo cuando sintió un enorme golpe que derribó la puerta y vio a tres policías ingresando violentamente a la habitación y gritando que se lanzara al cuello. No entendía nada y sólo atinó a lanzarse al suelo con las manos en la cabeza.

Cuando todo se tranquilizó le preguntaron por su madre y su actual pareja y les respondió con la verdad: hace un día que no sabía nada de ellos.

Los hechos siguientes fueron más desagradables e intensos: era menor de edad, con apenas 17 años cumplido y terminó “protegido” por la Oficina de Servicios Sociales del Estado.

La madre fue detenida junto con el amante traficante y matón, acusada de posesión y tráfico de estupefacientes, asociación ilícita y se le impuso una prisión preventiva.

Aitor apenas pudo conversar con ella.

  • No me visites, no lo hagas. No quiero que me veas en la cárcel. Es todo lo que debes hacer. Qué tu padre haga ahora lo que siempre ha rehuido hacer. - Eso fue todo lo que la madre le ordenó, en una breve y vigilada conversación.

Aitor, como siempre, solo callo y no dijo nada. No hubo abrazo, ni beso ni despedida. Eso fue todo.

La madre nunca le expresó cariño o afecto a Aitor. Era una relación distante, disfuncional y molesta. Mucho tiempo después, Aitor se enteró que su madre, quizás en un único acto de amor, lo alejó de sus últimos negocios, para librarlo de la contaminación, violencia y desquiciamiento de su pareja.

Lo iban a mandar a un hogar de acogida, lo cual le espantó y terminó llorando. Sólo ahí una trabajadora social le hizo una larga entrevista y se enteró de la existencia de un padre que no pagaba una pensión de alimentos miserable y al cual no veía hace más de un año. Recién ahí, se contacto al padre que se negó a atenderlos por la vía directa, sino que hubo que recurrir a una citación judicial. El padre envió un abogado que aceptó, finalmente y por su intermedio, hacerse cargo de Aitor. El día siguiente la trabajadora social lo entregó al padre, pero en en su casa, sino que en la residencia de una hermana mayor que él, que fue donde iba a vivir Aitor.

En esa ocasión, después de mucho tiempo, por fin hubo una conversación entre padre e hijo, aunque no todo lo afortunada que podría esperarse:

  • Siento mucho lo que ha sucedido, pero debo decirte que esto iba terminar así, tu madre se lo buscó, siempre le han gustado las situaciones extremas. Lo siento por tí y agradezco que te tuviera lejos de sus negocios. Supongo que sabes que le esperan varios años de cárcel, supongo.
  • Sí - respondió secamente Aitor.
  • Bueno, una lástima. Cumpliré mis obligaciones contigo. Pero no quiero que comprendas mal. Nunca, ni cuando eras niño, ni menos ahora, he sentido cercanía contigo. No voy a negar mi paternidad, pero te debo decir que no tienes cabida en mi vida, no te siento parte de mi familia.

Aitor escuchaba en silencio y con la mirada puesta en el suelo. Lo que escuchaba era lo que siempre había pensado, además de experimentarlo, pero ahora, oírlo de su padre, en forma tan directa y brutal, le estremeció. Se sintió profundamente triste y desvalido. Pensó que mina a llorar, pero sólo se humedecieron sus ojos y una aislad lágrima salió de sus ojos.

  • Le ha pedido a mi hermana Sofía que te acoja en su casa y ha accedido. Espero le respetes, es una excelente mujer y no merece que le seas maleducado, molesto o desobediente con ella. Además, no lo toleraré. Yo cubriré tus necesidades, no te preocupes. Bueno, haz lo correcto. Si tienes algo que decirme, hazlo con tu tía y yo veré. Adiós.

Esa fue la última conversación con su padre. Nunca más ha vuelto a hablar con él.

Su tiempo de permanencia en la casa de la tía fue tranquilo, seguro, solitario, un poco triste y muy melancólico.

La tía casi no hablaba con él, pero igual le iba preguntando cómo estaba, que necesitaba, que iba a hacer, etc. Por primera vez, en muchos años, estuvo seguro, tranquilo y sin la angustia cotidiana del miedo y el hambre.

La tía era estricta, conservadora, controladora y de poco aguante con las faltas. Aitor se aprendió rápidamente las rutinas cotidianas e hizo el mejor esfuerzo por acomodarse a esta nueva vida.

Por primera vez en su vida tuvo una habitación con baño, un televisor, una cama con sabanas limpias y un horario de desayuno y cena.

El silencio, la pulcritud y el orden en la casa de la tía, le provocaban a Aitor una sensación de frialdad, muy diferente a la de hogar, que era solo fantasía, pues nunca había tenido uno.

No asistía a fiestas ni sociales ni familiares. El padre bloqueo siempre esa posibilidad. Solo conoció a sus otros tíos, abuelos y hermanos a través de un álbum fotográfico que encontró sobre la mesa de centro de la sala. Lo reviso, pero no lo comentó con nadie.

El año con su tía coincidió con su último curso de secundaria. Aitor no era brillante y su rendimiento académico era mediocre, pero la tranquilidad que le proporcionó la permanencia en la casa, la ausencia de otras preocupaciones y el régimen estricto a que era sometido le hizo volcar sus intereses y tiempo a la lectura. Leyó todo lo que encontró y lo que más le gustó fue Los Hermanos Karamazov de Fiódor Dostoyevski. Le impacto la imagen del hijo asesinando al padre y pensaba si eso era posible.

Recordaba a su madre, se sentía solo, se ponía triste y ahí volvía a los libros. Su amistad con su amigo de la escuela se fue diluyendo y sintió que todo ese mundo era bien intrascendente y pequeño y ya ni le dio importancia.

A pesar de todo, tuvo un buen desempeño académico y la tía le preguntó si se había inscrito para rendir la prueba de selección universitaria. Aitor ni siquiera lo había pensado, pero terminó haciéndolo, porque la pregunta le pareció una orden. No preparó la prueba, en el fondo no le interesaba.

En el baño, solo, a escondidas, se masturbaba, pensado en algún chico que le gustaba, pero al cual nunca pensaba acercarse. Nunca lo haría, era demasiado tímido.

Y rindió la prueba y le fue muy bien, demasiado para sus expectativas, suficiente para postular a Ingeniería Civil en la Universidad más prestigiosa de la costa Pacífico.

El abogado del padre le llamó y le notificó:

  • Tu padre no quiere que estés más en la ciudad. Se enteró de tus buenos resultados en la prueba y quieres que postules a una universidad de la costa. Te pagará el alojamiento y te dará una cuota mensual para tu mantenimiento. Yo te ayudaré a hacer las postulaciones y considerando tus antecedentes sociales, creo que te será fácil acceder a una beca. Tu padre no te ha reconocido oficialmente y no hay nada que te vincule con él y que le obligue a pagar los aranceles universitarios. ¿Alguna duda?
  • No, me queda claro.
  • Perfecto. Cualquier tema lo tratas conmigo - y le pasó una tarjeta con su e mail y teléfono.

Aitor comenzó a despedirse de esa ciudad, pequeña y conservadora donde había vido toda su vida. Un día decidió ir a visitar a su madre en la cárcel, a pesar que ella le había dicho que no lo hiciera. Se lo comentó a su tía, con la que casi no hablaba, que le anticipó que no era lo correcto, pero que si lo quería lo hiciera. Pocas veces le había dicho algo, sólo saludos y ordenes.

Finalmente fue; significaba dos horas de viaje, hacerlo muy temprano para estar a las 8:00 en la cárcel donde estaba recluida su madre. Al llegar a la cárcel, debía registrarse, indicar la interna que iba a visitar y esperar a ser llamado. La fila de espera tardó media hora y luego de ser revisado, esperar a ser llamado para ingresar al recinto de visitas.

Casi a las hora de espera, fue llamado por una custodia que le señaló, en forma seca y tajante:

  • Tu madre no te va a recibir, que ya lo sabías.

Aitor quedó paralizado, para luego ser embargado de una profunda tristeza y decepción. No solía llorar, pero su expresión, demudada, conmovió a la persona que lo estaba confrontando.

  • Lo siento - le dijo, para sentenciar finalmente - debes retirarte.

Aitor cogió el pequeño paquete con galletas que había comprado y se retiró. No sabía lo que iba a hacer, si retornaría a la casa de la tía. Le volvieron esas ideas autodestructivas y suicidas que lo perseguían y atormentaban.

Volvió a la casa de la tía y casi no salió por una semana. Leyó y dibujo. Bajaba a desayunar, almorzar y cenar y nada más.

Pensó en salir de la casa de la tía sin rumbo fijo, incluso llegó a armar un bolso y prepararse. Su tía se percató de ese hecho y le invitó a una conversación, que no fue tal. Solo hablo ella. Era una situación extraña, pues no conversaban, nunca habían tenido un diálogo real: solo instrucciones, consultas y nada más.

  • Entre ambos no hay mucha relación - comenzó diciendo la tía- pero algo debo sentir por tí porque me ha nacido el deseo de decirte algunas cosas.

Aitor miraba en silencio, un poco incómodo y con esa permanente cara de tristeza y resignación.

  • Entiendo que la vida que has tenido no ha sido la mejor y que tus padres han sido muy egoístas contigo. No seré yo quien los juzgue y no me meteré en eso, supongo que tú ya tienes una opinión sobre ello.

Y sí, Aitor sentía cada día más lejanía y hasta desprecio, u odio, no sabía distinguirlo, por sus padres.

  • Por eso quiero decirte que te recomiendo aceptar los deseos de tu padre y estudiar. Tómalo como una oportunidad. No has tenido muchas en tu vida, quizás esta sea la única. Supongo que ya te habrás dado cuenta que nadie se preocupara por tí. Sólo tu eres responsable de tu vida y se sugiero hacerte cargo de ella. Ya lo has hecho en cierta medida. Te adelanto que no será nada fácil, pero si no lo haces, nadie más lo hará y cada día será más difícil encontrar tu sentido y propósito. Lo único que puedo decirte es que todos tenemos un propósito en la vida y te corresponde a ti, solamente a tí, encontrarlo.
  • Gracias - respondió Aitor.

Fue el único consejo que recibió. Lo pensó varios días y decidió aceptarlo.

No sabía cómo lo iba a hacer y decidió ir a hablar con el abogado del padre, que lo atendió con la habitual indiferencia y frialdad. Le escribió en una especie de minuta todo lo que debía hacer, las direcciones y contactos: el de la persona donde se alojaría y el de una trabajadora social de la universidad con la que debía entrevistarse. también le indicó las fechas y cómo le haría llegar los aportes del padre. Un empleado de la oficina del abogado le acompañó hasta el banco del estado a abrir una cuenta bancaria a la vista. En eso tardó un día.

El abogado lo citó dos días más tarde a través de la tía para decirle:

  • Debes viajar en tres días más. Tu padre me informa que no es necesario que te despidas y sólo pide que agradezcas a tu tía cuando abandones tu casa. Es todo. Adiós.

Aitor decidió hacerle caso en todo, aunque un enorme vació en el estómago era un indicio claro del miedo que estaba sintiendo, uno distinto, de otro alcance, al que le había acompañado siempre.

Al despedirse de la tía, le agradeció el alojamiento y acogida. La tía lo miró con cara de misericordia y pena, y le respondió:

  • Te deseo mucho éxito. Lo necesitaras.

Se fue de la pequeña ciudad, sin pena, con miedo y sin mucha esperanza.

Era la primera vez que llegaba a la gran ciudad de la costa Pacífico, que en realidad eran dos ciudades devenidas en un conturbado de varios millones de personas: la una, un puerto con industrias, la otra una ciudad comercial, universitaria y residencial. Era fácil ver dónde se separaban: un rio sinuoso y de suave descenso, con puentes que lo cruzaban.

El viviría en el puerto; más barato, bohemio, desordenado y pobre. Ello le implicaría tomar dos locomociones. Al llegar al alojamiento indicado descubrió que sus temores eran ciertos: era un hogar donde residían varios estudiantes, bastante estrecho, maltrecho, limpio, pero decadente. la casera era una mujer vieja, desagradable, de mal genio y bastante autoritaria, que le mostró su cuarto: muy pequeño, apenas cabía una cama de una plaza, con baño compartido. No tenía clóset y sólo daba espacio para una pequeña mesa con una silla, modelo escolar. Una ventana al costado de la cama, daba a los cerros del puerto, en un espectáculo bastante decadente.

La mujer a cargo sostuvo un diálogo corto y preciso con él:

  • Está pagado el primer mes, incluye desayuno y cena. Si no pagas, tienes cinco días para irte. No uses mucha agua caliente

Descubrió al día siguiente que el desayuno era un emparedado de pan con una especie de mortadela y té o café instantáneo.

La cena era mejor y bastante sabrosa, concluyó Aitor.

Cumplió con todo lo señalado en la minuta, sin saltarse nada. Sintió que a nadie le importaba lo que decía y que las conversaciones eran mecánicas, llenando formularios y sin ningún interés en quienes estaban a cargo. Pasó casi una semana en ello. Le sirvió para aprenderse los recorridos de la locomoción, las líneas de metro que le servían y calcular el dinero que necesitaba para cada desplazamiento y comida.

Fue concluyendo que el dinero que el padre le iba a depositar era el justo y temía que quizás no le alcanzaría, pero eso habría que ir viéndolo.

Al comenzar las clases trató de concentrar sus clases en un par de días, pero igual se complicó, Al final tuvo clases casi todos los días, en ambas jornadas. Comenzó a almorzar en la universidad, en el casino de estudiantes. La comida no era tan costosa como en los locales externos, pero la calidad era notoriamente inferior.

Comenzó a ambientarse, a sentirse diferente. Igual andaba con miedo y angustia, pero fue sintiendo que cada uno vivía su mundo.Ya no sentía las miradas inquisitivas, ni las preguntas hirientes ni las conversaciones despectivas que lo había acompañado durante muchos años. En las noches, igual despertaba sobresaltado con alguna pesadilla, pero pronto se calmaba.

A nadie de sus compañeros le interesa su historia y así fue tomando un poco, no mucha, confianza. Pero comenzó a descubrir cierta libertad placer en los estudios. En introducción al cálculo demostró una capacidad de estudio sobresaliente y sin desearlo, demostró ser el mejor calificado de su promoción. Igual experiencia tuvo en otras asignaturas. Por primera vez se sintió reconocido y más aún cuando despeñes de la primera prueba sacó le mejor evaluación, lejos, por mucho, de otros estudiantes provenientes de colegios privados de alto estándar. El profesor, con un poco de sorna, le llamó a resolver un problema en la pizarra de la enorme sala. Aitor sintió como le temblaban las piernas y al llegar a la pizarra, sus manos sudaban. Cogió el marcador que le pasó el profesor y comenzó a resolver el problema en un breve lapso.

  • Muy bien, muy bien - dijo el profesor- Ahora explicamos este problema y cómo lo resolviste, porque esto no es magia.

Aitor creyó desmayarse y su voz salió delgada y titubeante, hasta que el profesor le interrumpió para decirle:

  • ¡Más fuerte, señor, más fuerte!, sus compañeros necesitan compartir sus conocimientos. ¡Con confianza, si lo está haciendo bien!

Sonrojado, Aitor, sacó una voz más clara y fuerte y siguió la explicación.

Al terminar, el profesor le dijo al resto de la clase, mientras Aitor retornaba a su puesto un poco avergonzado:

  • Un aplauso a su compañero, se lo merece.

Al llegar a su lugar, casi al donde del salón, Aitor se sentía con una extraña felicidad. Estaba confundido.

Se juntaba con uno o dos compañeros, una de su misma ciudad, a quien no había visto antes, casi tan tímido como él, igual de extraviado e inseguro en esa ciudad. Comenzó a escasearle el dinero, pese a su frugal existencia. Contaba los días para el depósito del padre, que se iban a tratando dos o tres días, lo cual le producía una angustia creciente.

El tercer mes se tardo una semana completa y para el cuarto mes el atraso ya era de siete días cuando decidió llamar al abogado del padre, quien se molestó un poco y le dijo que le iba a hacer el depósito en el transcurso del día. Comprendió, en ese momento, que era mejor que buscara algún medio de generar ingresos y buscando en las pizarras del centro de atención a estudiantes de la universidad, encontró una oferta de trabajo en un bar, lavando copas, cinco veces en la semana, por tres horas, en la tarde noche. Decidió probar y leí conoció la labor de copero. Pagaban poco, pero ayudaba al presupuesto. El trabajo era desagradable, sucio y terminaba con las manos entumecidas y casi completamente mojado, pero era eso o pasar hambre.

Su fama de buen estudiante y su aguda capacidad matemática fue extendiéndose hasta llegar a un muchacho de 20 años, muy popular y guapo, pero horrible estudiante. De hecho estaba rindiendo el curso inicial por tercera vez, con la amenaza de ser expulsado si no lo aprobaba. se llamaba Joaquín. Aitor lo había visto muchas veces, pero jamás se le había cercado ni intercambiado palabras con él: era inalcanzable. Además, era uno de los pocos que llegaba en auto a la universidad.

Aitor le miraba a la distancia y sentía una incuestionable atracción por él, pero sabía que no podía ni debía acercarse a él. Pero la situación fue al revés: fue Joaquín quien se acercó una tarde al terminar la clase de un lunes y le dijo, con la franqueza que caracteriza a los que se saben seguros:

  • Hola, disculpa que te moleste, pero ¿Me ayudarías a estudiar?
  • ¿A qué te refieres?, n entiendo.
  • Eso, necesito que alguien me ayude a estudiar, necesito sí o si sacar este ramo, y la verdad me cuesta mucho concentrarme y entender los conceptos. Te he visto en clase, y además eres el que mejor nota has obtenido y por eso te lo pido.
  • Bueno, esta bien, no tengo mucho tiempo, eso si, pero puedo hacerme un tiempo.

Aitor encontró que eso que le estaba sucediendo era un regalo inmerecido: un muchacho guapo, atlético, popular, con muchos recursos y seguro de sí mismo le estaba pidiendo ayuda a él, flaco, feo, tímido, pobre e inseguro. No lo sintió como una obligación, sino como un reconocimiento.

Comenzó a ayudarle a estudiar casi diariamente por las próximas 5 semanas, conciliando clases, bibliotecas y el trabajo como limpiador de copas. Terminaba muy cansado, pero sentía una extraña satisfacción. No podía negar que le agradaba estar con Joaquín: era lento para seguirlo en los estudios, pero lo compensaba con una enorme simpatía.

Pero lo más importante, era que se sentía acogido y apreciado por Joaquín. Cada día le gustaba más, se sentía atraído por él, pensaba en él, se masturbaba pensando en él, se excitaba con él, le bajaban unas enormes ganas de tocarlo, besarlo, de conocerlo más íntimamente, pero no podía hacerlo, pues sentía un temor enorme de ser rechazado y despreciado. No sabía lo que pensaba Joaquín y suponía que no tenía ninguna atracción por él en el aspecto sexual, así que prefería mantener en secreto este sentimiento.

Estudiaban en un sala de la biblioteca, pero luego Joaquín insistió en hacerlo en su apartamento. Sus padres le habían comprado un enorme piso en uno de los mejores barrios del conturbado y llegaban a él en su auto. Aitor se sentía intimidado pero pronto supero esa sensación y se relajó.

Joaquín empezó a seguirle el ritmo y Aitor fue aprendiendo más en este vínculo. Descubrió que tenía muchas habilidades para comunicar sus pensamientos, para expresar claramente ideas y conceptos. Sé escuchaba explicar una materia y se sorprendía de lo que estaba haciendo.

¿Qué me está sucediendo? ¿Soy yo mismo quién hace esto o sólo es un sueño?

Pero no, era realidad. Estaba desarrollando sus capacidades y resultaba ser muy bueno en los estudios.

Llegaron los exámenes finales del semestre y los resultados fueron sobresalientes para él. Pero lo que le preocupaba más intensamente es si Joaquín podía salvar el curso. Y así fue, con el mínimo, casi cayéndose, logró aprobar. Joaquín estaba feliz y todos los que le conocían lo saludaban y felicitaban.

Aitor ni siquiera quiso acercarse a él, lo cortó tan feliz que prefirió que disfrutara este momento, ya habría ocasión para saludarle y congratularlo. Vio sus notas publicadas y fue a su trabajo.

El día siguiente no vio a Joaquín y solo se juntó circunstancialmente con algunos compañeros de nivel a conversar por los resultados. Uno de ellos le interrogó, con curiosidad y extrañeza:

  • Oye, ¿qué te pasó anoche?
  • Nada, ¿por qué?
  • Joaquín hizo una fiesta en su apartamento anoche y no estabas. Todos pensábamos que ibas a ser tú el invitado especial. El propio Joaquín nos había dicho que si se salvaba sería gracias a tu ayuda.
  • Es que no supe nada…
  • ¿No te invitó? Es que se paso este tipo… Lamento decirte que se aprovechó de ti…

Se sintió nuevamente desplazado, humillado y la tristeza volvió a embargarlo. Se había sentido más pleno y seguro los últimos meses, pero ahora la melancolía se metía en su vida y se volvía a oscurecer.

Se alejó, abatido y taciturno. Faltaban un par de exámenes y quiso alejarse y faltar las últimas clases, pero se sobrepuso. Volvió a ser la persona hermética, ensimismada y silente de los primeros días.

Cuando iba saliendo del edificio de aulas de la facultad, se encontró de frente con Joaquín y decidió evadirlo, tratando de salir por una puerta auxiliar, pero éste le cortó el paso y lo atajó para decirle:

  • Hola, oye, disculpa, por lo de ayer. te debo esto a ti y no pude invitarte a la fiesta de anoche. No es que me haya olvidado ni nada por el estilo, solo es que no pude invitarte. Aparte no tiene ni móvil para poder ubicarte.

Y en eso acertaba: Aitor no usaba teléfono móvil. No le lanzaba el dinero, aparte que no tenía a quién contactar. ¿Para qué este gasto sin ninguna utilidad?

  • No te preocupes, no es importante - mintió Aitor - en serio no te te preocupes.
  • De verdad me siento mal, has sido una excelente persona y me has ayudado mucho sin pedir nada y sacrificando u tiempo solo por amistas.

“No quiero tu amistad, te quiero a ti”, se dijo a sí mismo Aitor.

No debes nada, nadie me obligó y aparte, igual me sirvió a mí - le dijo Aitor, ahora diciendo medias verdades. Mira, este fin de semana me voy a ir a pasar dos días a la playa. Mis tíos tiene una caba en las playas más al norte. Son como dos horas de viaje. Acompáñame este viernes y te paso a buscar afuera de la facultad a las cinco de la tarde y volvemos el domingo en la noche. ¿Te parece? - dijo Joaquín, casi rogando, para concluir poniendo las manos sobre los hombros de Aitor - Vamos, di que si. Bueno - respondió Aitor, estremecido al sentir los brazos del guapo y atlético Joaquín, a quien deseaba tan intensa y secretamente.

Fue a trabajar alegre. Toda la oscuridad y tristeza desapareció y volvió a adquirir una expresión serena y confiada.

El viernes salió de su alojamiento con una mochila donde llevaba ropa interior, un par de sudaderas y un short. Nunca le habían invitado a ninguna parte y estaba excitado, ansioso y feliz, con todas las prevenciones posibles respecto a ese estado anímico, tan desconocido para él.

Trató de que todo pasara rápido y cerca de las 16:30 se fue al acceso de la facultad y espero en una de las banquetas ubicadas en la plaza aledaña. Espero y espero, pero Joaquín no apareció. A las 19:00 horas tomo su bolso y se fue caminando, humillado y triste hasta el bar. Dejó el bolso en un locker y se puso a lavar copas, vasos, jarras y bandejas. No habló con nadie, tampoco tomó una pausa. A la 01:00 de la madrugada cogió el bolso y espero hasta que apareciera un bus que lo llevara al puerto. Fueron 15 minutos de espera y 30 de viaje y otros 20 de caminata. Llegó al alojamiento, entró a su cuarto y se lanzó sobre la cama, sin fuerza ni esperanza, completamente derrotado. Volvieron a su mente esas viejas ideas auto destructivas, pero era tan cobarde que sabía que no haría nada. Lloró y se durmió, vestido.

se despertó, sobresaltado, luego de una pesadilla donde aparecía su madre, el amante de su madre y su padre y todos venían a decirle algo desagradable.

No pudo volver a dormir y se quedó en la cama, mirando el oscuro cielo, en el cual se reflejaban destellos de luces cercanas.

Las tres semanas siguientes fueron un calvario. No quería ver a nadie, tampoco conversar. Su sueño era ser invisible, anónimo, desconocido. Su temor era encontrarse con Joaquín, pero ello no sucedió. Se sentía cansado, triste, aturdido, inútil, despreciado, que todos lo miraban para reñirse de él.

Se sentía un imbécil, un bobo, alguien a quien podían engañar y manipular fácilmente.

Las dos semanas de vacaciones siguientes fueron lentas, aburridas y oscuras. No sabía qué hacer, así que se dedicó a ir a la universidad a leer. Pasaba horas leyendo. Un día le preguntó a la bibliotecaria que libro le recomendaría a un estudiante del interior, tímido, feo y deprimido.

  • “Los Hermanos Karamazov” - le respondió - Ese libro te devolverá las ganas de vivir.

Tomó el consejo y al día descubrió que había sido un sarcasmo. Igual lo leyó con devoción. Encontró que los personajes le eran muy familiares.

Iba a seguir estudiando, pero no quería ningún compromiso. Había llegado a la conclusión que lo suyo era la tristeza, que no tenía derecho a esperar nada y que lo mejor era mantener la distancia de todos, no adquirir ningún compromiso y no sentir compasión por nadie. Su tía tenía tenía razón: Nadie se preocuparía por él.

No celebraba Navidad, siempre había mirado desde lejos esa fiesta y se preguntaba que sentía recibir regalos. Rió desde una terraza cercana, solo, los fuegos artificiales del Año Nuevo y le impresionó la alegría de todos y la borrachera subsiguiente. Tampoco bebía ni fumaba.

Trató de evitar a Joaquín en las semanas siguientes. En la práctica ambos se evitaban. Aitor no hizo nada mas que hacer cómo que no existía y Joaquín tomó cursos alternativos.

Unas cuatro semanas más tarde sucedió lo inevitable: se encontró frente a frente con Joaquín. Fue este quien le habló.

  • Disculpa por lo de la otra vez, pero me olvidé, fue sin querer, pero tuve un compromiso y se me fue completamente lo que íbamos a hacer. ¿No hay problema, cierto?
  • No, no hay drama, no te preocupes.
  • ¡Perfecto!, podemos hacerlo en cualquier momento.

Y se fue. Aitor acumuló más rabia que tristeza, y nación un deseo que no conocía: vengarse, algo que nunca había sentido y menos hecho. Igual sentimiento fue desarrollando hacía su padre, hacía todos lo que lo habían atormentado, a todos aquellos a quienes había temido, a los que volvían a atormentarlos en sus pesadillas.

Se sentía abrumado, molesto, solitariamente incómodo en medio de tanta gente. Los problemas de atraso en los aportes del padre se mantenían y eran una complicación adicional. Todos los meses la misma historia, idéntica discusión.

En la universidad, por el contrario, iba todo bien. Eso le sorprendía, pero no le conmovía, más bien le molestaba: todos querían que les ayudara y él no tenía ganas de hacerlo. No quería hacerlo porque sentía que no debía y por otro lado, porque no le sobraba el tiempo.

¿Por qué todos quieren que les ayude y nadie ni siquiera se acerca a preguntarme cómo me siento? Todos quieres ayuda, pero nadie es capaz de darla. Gustoso hubiera aceptado una invitación a tomar cerveza, a comerse un hoy dog, a compartir papas fritas con pollo en los locales afuera de la facultad.

La verdad que nadie lo hacía porque todos lo encontraban hosco, un poco autista, frio y distante. Aitor, sin quererlo, se había hecho una fama que lo protegía, pero por otra partem no le gustaba lo que había conseguido.

Al finalizar la clase de Cálculo I, el profesor nombró a 10 alumnos de la clase y les notificó:

  • 10 minutos de terminada la clase, los quiero en la sala adjunta a mi despacho.

Allí estuvo y el profesor les informó que iban a participar en el Concurso Anual de Ingeniería, que era una tradición y un honor. Se elegían a los 10 mejores alumnos de cada clase y se armaban duplas entre ellos. Debían en un plazo de 10 días de formular un proyecto que supusiera plantear un problema y ofrecer una o varias soluciones en base a conceptos claves de ingeniería.

  • Entendemos que están recién empezando sus estudios, pero lo que les pedimos que sean capaces de investigar, cuestionarse y ser incoativos e ingeniosos. De eso se trata la ingeniería: usar el ingenio para resolver problemas con apoyo de la ciencia y la técnica.

Un ayudante los agrupo. a él le correspondió un alumno llamado Ezequiel, un sujeto petulante, con uno de los mejores puntajes de entrada, opinante y desagradable.

Al terminar, Aitor salió sin siquiera ver a Ezequiel, no quería hablar con él. Derechamente no haría nada. No le interesaba.

Ezequiel lo siguió, le cruzó y le dijo:

  • ¿Qué te pasa a tí? No me interesa estar contigo ni que te desagrade, pero no vas a joderme esta posibilidad. Supongo que ni siquiera sabes la importancia de esto. Si no te interesa hacer nada, allá tú, pero si no lo haces te denunciaré, ni lo dudes.
  • Haz lo que quieras - dijo Aitor y se fue.

El día siguiente, al terminar la clase con el mismo profesor, al terminar, éste le dijo, mirándolo fijamente:

  • Usted joven, lo quiero en mi oficina en cinco minutos.

Aitor suponía lo que iba a suceder y estaba preparado. Quizás fuera el momento para lanzar todo al mismísimo carajo.

  • Pase y siéntese - dijo el Profesor - Mire joven, no suele atender chismes ni peleas, pero escuche a su compañero y podrá ser un petulante y desagradable personaje, pero tiene la razón. Y si es verdad lo que dice, usted es un completo imbécil, flojo y torpe personaje. Si usted no pone el interés requerido puede irse olvidando de continuar en esta facultad. No nos interesa tener a personas como usted. Pero como hay que ser justo, quiero escuchar su punto de vista.
  • Creo que mi compañero tiene razón. Me siento cansado y no quiero trabajar con él. No sé qué estoy haciendo acá. Este no es mi sitio.
  • ¿Y cuál es su sitio?
  • No lo sé Profesor, no lo sé. Estoy confundido, sin ganas de hacer nada.
  • Mire, no sé sus problemas y quisiera comprenderlos, pero quizás no sea la persona indicada para atenderlos, pero solo diré que usted es una alumno bastante sobre la media y ha demostrado tener las competencias y capacidades necesarias y sería una lástima que no aproveche esta oportunidad. Le invito a reflexionar, relajarse y pensar bien. En esta vida, hay escasas oportunidades y momentos y usted no debe desaprovechar sus talentos. Sus dificultades deben ser reales y fuertes, pero sólo usted puede resolverlas. Piénselo.
  • Lo haré, gracias por esta conversación.

Aitor salió confundido.

Se sentó en un césped ubicado cerca del edificio de aulas y se puso a dormir. Se sentía cansado.

Ahí estaba, cuando sintió que alguien se sentaba a su lado. era el ayudante del Profesor.

  • Hola, soy Miguel, el ayudante del Profesor.
  • Hola, si, estabas en la reunión sobre el Concurso.
  • Así es, yo trabajo en la secretaría técnica del Comité y el Profesor me comentó lo que te pasaba. Está preocupado por ti y creí que al mejor querías conversar un rato, solo si quieres, obvio.
  • Gracias, gracias, me has sorprendido.

Miguel le pasó una lata de Coca Cola y comenzó a charlas con él, sobre cuestiones baladí, los estudios y también sobre lo que le pasaba. Aitor solo respondía con monosílabos al principio, pero luego se fue relajando y tomando confianza. Extrañamente se sintió escuchado y acogido y sin darse cuenta, pasó casi una hora hablando con Miguel.

Miguel tenía 24 años, había terminado sus estudios, esperaba rendir su examen de grado y mientras tanto tenía ayudantías y una pasantía, esperando iniciar un magíster una vez obtenido su primer grado. Era de rostro agradable, casi del mismo tamaño que Aitor, pero más formado y deportista.

Aitor era flaco, desgarbado, con una tendencia a doblar la espalda, lo que lo hacía verse más pequeño. Tenía el pelo negro suelto y sobresalían unas ojeras características.

Aitor hablo y habló, mientras Miguel le escuchaba atentamente. Le dijo muy pocas cosas, pero al finalizar le dijo:

  • Creo que debes participar. Seguimos más adelante.

Se sintió extrañamente tranquilo, descansado y despejado. Decidió escuchar el consejo y busco a Ezequiel en ese laberinto de aulas, salas de estudio, oficinas, logias, biblioteca, laboratorios, talleres y comedores y finalmente lo encontró:

  • Ya, ¿cuándo nos juntamos?
  • Ahora genio, estamos atrasados.

Nunca había tratado con una persona tan tozuda, enervante, porfiada y desagradable. Fueron horas de discusiones, peleas, portazos en la sala de estudios, escenas de griterío que obligaron a la encargada del recinto a llamarles la atención dos veces, borradores destrozados y lanzados a la cara del otro. Descubrió que podía discutir, argumentar y ser casi tan desagradable como su interlocutor, de confrontarlo y responderle. Esa era una faceta que desconocía de si mismo. Sí, igual terminó cediendo, pero Ezequiel también y quizás más que él.

Finalmente lograron presentar su proyecto y lo entregaron en la secretaría de la Comisión justo al filo de la hora de cierre. Al despedirse, ninguno ni siquiera se hablo. Aitor esperaba que todo quedara allí, porque tener otra serie de discusiones con Ezequiel lo llevaría a otro nivel. En algún momento estuvo tentado a darle un golpe de puño, pero se arrepintió.

Unos días más tarde, se cruzó con Miguel, quien al saludarlo le dijo, con expresión alegre:

  • Ví que postulaste al concurso y quedó muy bien. Te felicito. Te invitaría un café, pero voy atrasado. Conversemos uno de estos días.
  • Vale - respondió Aitor. Y se sintió feliz por verle y cruzar esas palabras.

Pese a haber cumplido y del esfuerzo físico y mental que le significó confeccionar el proyecto, Aitor tenía pocas esperanzas en qué de ese trabajo saliera algo positivo. No obstante, contrariando su escepticismo, quede seleccionado para la segunda etapa. Era parte de los 10 proyectos y ello implicaba preparar una presentación sobre el proyecto y exponerla ante la comisión de 6 profesores de la facultad.

Fue citado a una reunión con el profesor coordinador y allí les explicaron que habría un sorteo y que tendrían 15 minutos para plantear su proyecto, con énfasis en la descripción del problema y las alternativas de solución propuestas. Al terminar la cita se encontró con Ezequiel, lo miró y le dijo:

  • ¿Y ahora, qué hacemos? -  Trabajar, obvio, o te quieres arrancar como la última vez.

Aitor ya se había acostumbrado a la forma ruda y agresiva de su compañero y dejo pasar la pachotada.

Tenían cuatro días para preparar la presentación. Los días siguientes fueron una tortura para Aitor, también para Ezequiel. Ambos muchachos no se dieron tregua en sus disputas, y cada acuerdo fue trabajoso. Terminaban cansados, casi no comían e invariablemente disgustados.

Al llegar el día, le correspondió exponer en tercer lugar. Nunca había hablado antes en público. Esa noche no durmió de los nervios y la ansiedad que le provocaba la situación. Ezequiel era mucho más seguro y atildado. "Yo comienzo", le dijo y Aitor estuvo de acuerdo. Habló unos 6 minutos e igual titubo un poco y le dio el pase, retomo el hilo de la exposición y se sintió como flotando en las nubes, extrañamente tranquilo, seguro y le agrado ver que todos le ponían atención. Cuando concluyó, un profesor le hizo la pregunta, ni siquiera miró a su compañero y se atrevió a responder inmediatamente, seguro de lo que estaba haciendo era correcto.

No habló con Ezequiel, sintiéndose satisfecho y relajado. Ese día fue a trabajar como cualquier otro, a lavar vasos, en el bar, por tres horas. Al salir, vio a Joaquín, un poco ebrio, que se acercó hacía el y le dijo:

  • ¿Quieres tomarte un trago conmigo?

Aitor le ignoro y siguió caminando.

  • Vamos, no te enfades, no me dejes como imbécil. Vamos, vamos a tomar algo.

Siguió ignorándolo, ya francamente molesto, sintiendo como los transeúntes miraban la escena penosa de la que era partícipe involuntariamente.

Camino rápido y dejó el lugar, absolutamente convencido que tratar de tener una amistad o relación con una persona siempre era una mala decisión.

Se sintió molesto e incómodo, y ese sentimiento lo acompañó por los días siguientes, sumado al retraso en recibir el aporte del padre, un compañero de trabajo agresivo y un jefe abusador que lo llevaron a dejar el trabajo y estar cada vez más limitado en sus ya escasos recursos para sobrevivir.

En esos devaneos sobre como continuar con su vida, que la encontraba más dura y sin sentido como en sus peores momentos previos que fue sorprendido con una noticia que le resultó sorpresiva e impactante: su proyecto estaba entre los cinco finalistas. Le llamo la atención que varios compañeros lo saludaron y felicitaron hasta ver finalmente a Ezequiel que se acercó hacia él y lo abrazo. Pensó “Nadie me ha abrazado, se siente raro”. Su compañero estaba excitado y exultante.

  • ¡Somos los primeros estudiantes de primer año en llegar a esta fase en 30 años! ¡Es impresionante! - le decía.

Aitor estaba más bien desconcertado que feliz. Con el paso de los minutos fue adquiriendo del significado del paso que había dado, cuando dos profesores lo detuvieron para saludarlo y felicitarlo, cuándo iba caminando con Ezequiel que no dejaba de hablar, aunque él no le escuchaba.

  • ¿Qué se hace ahora? - preguntó Aitor a sí mismo, aunque lo dijo en voz alta.
  • ¡Defender el proyecto y mejorarlo, imbécil! - respondió Ezequiel, con su habitual desubicación y prepotencia.

“¡Qué tipo más desagradable!” pensó Aitor “Habrá que aguantarlo un poco más”, concluyó.

Fueron citados con el Presidente de la Comisión, el propio decano, quien los felicito y les dio las indicaciones del caso sobre la fase final, los mecanismos de presentación del proyecto y su defensa. Estaban los 10 alumnos sentados en un semi círculo y el decano se puso justo detrás de Aitor y sentenció:

  • Queridos jóvenes: ustedes pertenecen a lo mejor de los estudiantes y deben honrar la tradición de esta escuela, que ha producido los mejores ingenieros de la costa Pacífico y también del país. - y poniendo los brazos sobre los hombros de Aitor, continuo - Nosotros respetamos íntegramente su identidad y autonomía, pero les pedimos que para la defensa, utilicen un vestuario adecuado a nuestras tradiciones y que honre la dignidad de nuestros salones.

Aitor nunca se lo había cuestionado, pero le estaban diciendo que debía vestir de otra forma. Siempre lo había hecho con un vestuario que sabía pobre, viejo y desaliñado, pero era lo que podía financiar.

Al salir de la reunión, Ezequiel le preguntó:

  • ¿Tienes ropa adecuada?
  • La verdad, no, pero ya veré qué hago.

La única solución fue llamar al abogado de su padre y tratar de explicarle todo. Este escucho y no dijo nada.

Fue el día siguiente, con esas y otras preocupaciones en su mente, cuando se encontró con Miguel, quien le saludo con un abrazo apretado, el segundo del día, pero este fue diferente y en cierta forma lo conmovió:

  • ¡Felicitaciones! ¡Te pasaste, en serio, esto es un gran logro!
  • Ahora me estoy dando cuenta - le dijo Aitor - Gracias a tí por tus consejos, en serio, muchas gracias,
  • Andabas desorientado, era solo eso, tú solo hiciste esto.

Se quedaron conversando un rato y Miguel le dijo:

  • Te estoy debiendo un café, vamos ahora, tengo tiempo.

Aitor accedió. En ese espacio de conversación y relajo, se sintió comprendido y escuchado y sintió la necesidad de soltarse. Necesita conversar con alguien, verbalizar lo que estaba sintiendo, su angustia y tristeza. No fue un café, sino dos, y un agua mineral.

Miguel le escucho y preguntó, con tino, discreción y siempre esperando que Aitor no se sintiera interrogado ni cuestionado. Llegaron al inevitable problema que acuciaba siempre al joven estudiante: el dinero, o más bien su permanente escasez.

  • ¿Cuánto necesitas? - le dijo Miguel.
  • ¡No, nada! ¡No te estoy pidiendo, no me malinterpretes! - le dijo, avergonzado Aitor.
  • ¡Hombre! - tranquilízate, te estoy ofreciendo ayudarte sin que me hayas pedido nada. Eres un tipo excepcional que necesita que lo apoyen. A mí otras personas me han ayudado antes y ahora creo que es mi deber hacerlo. Tú podrás hacerlo más adelante con otros, es lo correcto.
  • De verdad, no estoy pidiendo dinero, yo debo solucionar sólo esto.
  • En serio, no seas tozudo y orgulloso. Eres apenas un niño.

Aitor nunca lo había pensado.

Está bien, necesito dinero, estoy sin nada y ya no tengo ni para pagar el casino. Esta mañana gasté lo último. Si me prestas, te prometo que te lo devuelvo. Es primera vez que pido dinero. No te preocupes.

Esa misma tarde fue a comprar un pantalón y una camisa, según las recomendaciones de Miguel. Cuando se estaba probando la camisa, se quitó la sudadera y antes de calzarse la camisa pudo ver lo flaco que estaba. Hace una semana que solo comía en el hogar y durante el día pasaba en blanco.

El día que debían exponer les correspondió en segundo lugar. Antes de efectuarla, estaba nervioso, no tanto por el sino que por la actitud exaltada de Ezequiel, que no paraba de comerse las uñas y preguntarle cosas, bastante idiotas, toda el rato. Pero cuando comenzó la exposición se olvidó de todo nervio y expuso con extraordinaria tranquilidad y seguridad que le sorprendió. Sintió que todos le escuchaban y aplaudieron.

Era suficientemente autocrítico para reconocer que quienes expusieron después de ellos eran muy superiores. Esperaron la resolución de la comisión y a eso de las 13:00 horas fueron convocados al salón: resaltaron segundos. El Presidente de la comisión (decano de la facultad) les destacó por ser alumnos de primer año, felicitándolos por su desempeño.

Ezequiel estaba exultante. Aitor guardó silencio y mantuvo la calma. Volvió a actuar como siempre: trataba de no ver con la esperanza de no ser visto. No lo lograba: igual lo observaban, pero lo percibían como una persona arisca, hermética, amargada, misántropo. Pero ello era una trampa: Aitor quería ser abrazado, estaba feliz, pero no lo podía expresar.

Ahora tenía que resolver otros problemas, el más importante: sobrevivir.

Volvió a llamar al abogado de su padre. Lo espero un buen rato en línea y finalmente no le atendió. Por primera vez, llamó a tu tía y le contó lo que le sucedía, le pidió disculpas por molestarla, pero le costó que estaba muy angustiado. Le tía le escucho y le dijo que ella le depositaría. Cumplió, sintió un gran alivio y llamó para agradecerle.

Salió tarde, satisfecho de consumir tantas papas fritas y una gran hamburguesa con queso, cebolla y lechuga.

Caminó hasta el hogar y se durmió plácidamente, como hace mucho no lo hacía.

Al volver a la Universidad ese día, pasó a revisar su correo en un ordenador de la biblioteca. Lo primero que leyó fue un correo del abogado del padre: le señalaba que se abstuviera de hablar con la tía u otro familiar, que todo lo vería él. Además, le comunicaba que el padre le otorgaba el aporte como una decisión voluntaria y discrecional y que podía retirarlo en cualquier momento. Estaba advertido.

Tenía que encontrar un trabajo, pronto.

En eso estaba, en la biblioteca, cuando un estudiante de IV año se le acercó para hablarle:

  • Hola, Miguel me dijo que andabas buscando trabajo.
  • Sí, así es.
  • Mira, es en el trabajo de mi padre: necesitan alguien que esté revisando facturas, boletas, órdenes de compra y notas de crédito los fines de semana. Es un pequeño supermercado aquí cerca.
  • Gracias, pero yo no sé nada de contabilidad.
  • No es problema, te ví en el concurso y en un día vas a aprender.

Ese día tenía trabajo y le pagaban más que lavando vasos. Un avance.

Quiso saludar a Miguel, pero estaba muy ocupado y se alejó. Igual le incomodaba que le saludaran y felicitaran. Se ruborizaba y evitaba mirar a los demás. Caminaba rápido, con la mirada esquiva, buscando siempre estar solo, ubicarse en una parte lejana del salón, no estar en la mirada de nadie, alejarse de los corrillos y círculos de personas.

En la tarde, luego de clases, volvió a buscar a Miguel para devolverle el dinero, pero este le respondió con una invitación:

  • ¡Vamos a comer hamburguesas y papas fritas!

Aceptó, porque tenía hambre y se sintió feliz por la invitación. Apareció Ezequiel, pletórico de alegría, completamente fuera de sí, un poco ebrio también, hablaba fuerte y todos le saludaban.

Aitor, con su habitual distancia, sólo observaba, comía y se atrevió a tomar cerveza. Ya había bebido unas cervezas mucho tiempo antes, pero no le había gustado, pero la de ahora era muy distinta, intensa, con un dejo a miel, refrescante y que producía un efecto relajan el consumirla.

La cerveza hizo su efecto y entró en confianza, se comenzó a relajar y se entusiasmo a conversar y reír. Nublados los traumas, disminuidas las defensas, pudo expresarse con mayor libertad. Tomó luego otro trago, más intenso.

Pasado con largueza la medianoche, era hora de partir. No estaba en condiciones de regresar a su alojamiento. Las cervezas afectaron al muchacho, acostumbrado a no beber ni fumar.

Miguel sintió preocupación por Aitor, que casi no podía sostenerse por sus propios medios y decidió llevarlo a su propia casa, ubicada a unas cuadras de allí. Era gracioso ver al joven estudiante de ingeniería reírse casi por todo, más extraño aún en una persona silenciosa y reservada.

En el alojamiento de Miguel, un apartamento pequeño y modesto había un sofá y Aitor se acomodó en él. Pareció recuperar un poco de su compostura. Se preguntó qué estaba haciendo ahí y prefirió guardar silencio. Pasó de la euforia a el letargo. Empezó a parpadear.

Miguel le acercó un  café, que no logró reanimarlo. Sin saber cómo, terminó arrellanado en el sofá y durmió por muchas horas. Despertó desorientado y con una terrible resaca, cubierto con una manta.

Se sintió profundamente avergonzado y supuso que había dado un espectáculo lamentable. Quiso levantarse e irse, pero se controlo y espero a que Miguel apareciera. Lo hizo en un momento más tarde. Estaba duchándose y apareció cubierto con una toalla, saludándole.

  • Dúchate, te va a ayudar a quitarte la resaca.

Aitor lo pensó un rato, pero al final accedió. Se sentía sucio y pensó que una ducha ayudaría.

El baño era pequeño, limpio y blanco. El agua estaba exquisita y estuvo un tiempo más allá de lo prudente bajo el chorro, que le ayudó a espabilarse. Salió de la ducha, cogió una toalla blanca, se secó y empezó a vestirse. En eso estaba cuando sintió abrirse la puerta: era Miguel que le preguntó si estaba listo. Salió del baño semi vestido, aunque descalzo y con el pelo desordenado.

El pelo era negro, intensamente negro, desordenado, cortado irregularmente, mas corto que largo, tal como lo había llevado por años. Desde los 11 años se cortaba sólo el cabello y había desarrollado una técnica: con una tijera iba cortando todo mechón que sobresaliera dos dedos de extensión. Ello explicaba su estilo que le hacía ver siempre desprolijo.

Miguel le estaba invitando a desayunar, aceptó, pero recordó que debía trabajar, así que lo hizo rápidamente. Cuando iba saliendo, Miguel le abrazó y Aitor se sintió bien, intensamente complacido.

  • Ven a la tarde - le dijo Miguel - a conversar con más tranquilidad.

Como le había predicho el amigo de Miguel, el nuevo trabajo demostró ser fácilmente comprensible. Aitor estaba descubriendo dos capacidades que ignoraba: análisis y preocupación por los detalles. Se sumaba a sus innatas condiciones para las matemáticas. El día se pasó muy rápido y para su beneficio, incluía una colación. habitual a su conducta inalterable, no conversó con nadie, salvo su jefe y estuvo encerrado en su puesto de trabajo, realizando todo lo que le instruyeron.

Al terminar la jornada se acordó de la invitación de Miguel. Lo pensó mucho, quería verlo de nuevo, pero estaba inseguro que resultaría de aquello. No se olvidaba de los desastres previos.

Fue, se tomaron un café y unas tostadas y conversaron. Mucho, extenso y profundo. Aitor se sentía en confianza. Le invitó a ver una película en Netflix y se lanzaron en la cama, con una confianza que a Aitor le agradó. En un momento comenzó a quedarse dormido y sin saber estuvo a un lado de Miguel y le gustó sentirlo cerca y se durmió ahí. Despertó unos 40 minutos más tarde en el regazo de su compañero y se sintió bien.

Le miró y dijo:

  • Disculpa, pero estaba cansado.
  • ¿Te gusto?
  • Si, me gustó dormir en tus brazos.
  • No, te pregunto si yo te gusto.

No dijo nada, miro hacia un lado y luego volvió la vista hacia Miguel, para expresarle:

  • Si, me gustas.

Y Miguel le acercó hacia sí, le acarició el cabello y luego lo eso, en el resto y finalmente en la boca.

Sintió una descarga eléctrica. Tuvo una sensación de placer y de lo absoluto que nunca había vivido. Parecía flotar, estar drogado o bebido. Siguieron besándose en el cuello y pronto estaba con el torso desnudo. Aitor se dejó manosear, besar y acariciar, en una total entrega.

Miguel le dijo:

  • Para que esto funciones, tú también debes participar. Libérate y rompe tus temores. No tengas miedo a experimentar, explorar, sentir, descubrir.
  • Nunca he estado con nadie en esta intimidad.
  • No te preocupes, yo te acompaño, pero no tengas miedo. Sé tú mismo y supera todo lo que te limite.

Aitor lo escuchaba y trataba de comprenderle, pero solo quería que le siguiera tocando y acariciando, que le besara y abrazara. Cómo no quería que eso le detuviera, le hizo caso y comenzó él a hacerlo. Se sintió bien, fue una sensación agradable, excitante, complementaria a que se lo hicieran.

Por eso la tercera fase fue hacerlo ambos a la misma vez y ese placer fue superior a los dos previos. Estuvo horas en ello. Miguel tenía razón: descubrir, explorar y experimentar era en sí un gran placer.

Aitor no recordaba haber tenido un momento tan placentero y feliz. Hubiera preferido seguirlo por mucho rato más, pero ya eran cerca de las 10 de la noche cuando se tuvo que ir. Era sábado y el domingo también trabajaba. No se había cambiado ropa por dos días y desde el viernes que no regresaba a su alojamiento.

El domingo volvió al apartamento y se repitió la escena, aunque con matices, esta vez a iniciativa de Aitor, que se comenzaba a liberar de sus temores. Se sentía bien experimentando, conociendo su cuerpo y reaccionando. Le comenzó a gustar cada vez más cómo la lengua de Miguel recorría cada centímetro de su cuerpo y cuándo toco su verga llegó a gritar de placer. Le hizo acabar con unas pocas lamidas, tal era su excitación. Le giró, luego de un largo rato de descanso, para lamerle el culo y esa sensación le enloqueció. Estuvo listo, dispuesto, ansioso y curioso para ser penetrado. Era su primera vez, lo advirtió, pero Miguel hizo con cuidado, sin perder ni la intensidad ni la continuidad. Ese culo cerrado y no tocado, comenzó a dilatarse con gusto y acompañado de los gemidos de placer y deseo de Aitor. Nunca pensó que iba a ser conmovido de tal forma. Era algo desconocido, tan extraño, profundo y gozoso, que el dolor inicial no importaba, es más, era necesario para ese nivel de plenitud que se alcanzaba. No quería que terminara, pedía más, gemir, rogaba y jadeaba.

  • ¡No te detengas, por favor, sigue!

Miguel lo hizo, con gusto.

Acabo adentro del culo y ese líquido caliente, abundante y espeso adentro de él, le excitó más, si se podía, aún.

Aitor se sentía arrebato por una alegría solo superada por la pasión. No conocía estas sensaciones, ignoraba este placer. Estaba sediento de este gozo.

Ya había superado su reticencia a las relaciones. En las siguientes dos semanas pasó seis largas sesiones con Miguel. Hubieran sido más, pero el horario del ayudante era muy ajustado: era ayudante en ls facultad, terminaba su carrera y trabajaba en una librería.

Había un espacio libre y Aitor se dejaba caer en el apartamento. Pero solo era sexo, sino también mucha compañía y conversación. Por primera vez se atrevió a contar su historia a otras personas y hasta dejó caer unas lágrimas, de rabia, pena y dolor.

Era un espacio de sanción y liberación. Le agradaba. Y lo que más le gustaba es que siempre terminaba con un exquisito sexo, que le excitaba relajaba y complacía.

Este día, no obstante el deseo de Aitor, Miguel le hizo un planteamiento que le confundió:

  • Ahora debes ser tú quien tome el control
  • ¿Qué quieres decir?
  • Tú debes ser quien penetre, domine y sea el activo.
  • ¿Cómo?
  • Sólo hazlo, debes explorar ese ámbito también.

Aitor se puso nervioso, dudo, se sentía incapaz de hacerlo, pero Miguel le ayudo y fue llevándolo hasta que llegó al punto se excitarse tanto o más cuando él era pasivo. Exploró el culo de su compañero con sus dedos y lengua y le pareció una experiencia maravillosa. Ayudó, y mucho, el jadeo y la entrega de Miguel, que esperaba ese asalto. Con una fuerza y determinación que le excedían, lo penetró con fuerza, sin ningún cuidado, haciéndole gemir y gritar, pero no se detuvo, más aún cuando escucho gritos pidiendo que no se detuviera, que le diera más. Lo hacía estando en cuatro, pero luego quiso ver el rostro del compañero y le ayudó a girarse, cogiendo sus piernas y posándola en sus hombros, para luego perforarlo. Vio el rostro de Miguel, con los ojos abiertos y perdidos con su penetración y lo pollo con salvajismo. No quería detenerse, quería oírlo jadear y gritar de placer. Lo logró y eso fue el detonante para hacerle acabar con una fuerza que le sorprendió. Nunca había tenido esa eyaculación. Siguió hasta que ya no tuvo erección y se lanzó en la cama, abrazando a Miguel, que estaba tan exhausto como él.

  • ¿Cómo estuvo? - preguntó Miguel
  • Insuperable, en serio, no pensé que iba sentirme tan bien. ¿y a ti, que te pareció?
  • Genial, follas muy bien.
  • Gracias, es mi primera vez, pero estuvo muy bueno.
  • Me gustó que fueras rudo.
  • ¿En serio?
  • Si.

Se quedó pensando en todo lo que estaba viviendo y experimentando, que estaba conociendo nuevas vivencias y que ello le estaba ayudando a sentirse mejor, aunque seguía con sus miedos y angustias. Igual notaba que ya no temía tanto a la gente ni se ruborizaba por todo. No era la persona sociable ni asertiva, pero ya no rehuía la vista de quienes le hablaban y saludaban.

Las citas con Miguel ya eran un vicio y supusieron que las próximas fueran mas intensas. Le gustaba tocar, besar, lamer y comenzó a sentir la necesidad de ir más allá. Miguel era tan cómplice, entregado y flexible que la deriva fue natural y completa.

Ya llevaban un mes en esta relación que ninguno quería etiquetar como tal. Y ahora era Aitor quien iba llevando los ritmos y los tiempos, y eso le gustaba. Un día follaba él, la otra Miguel o bien era mutuo. Le gustaba eso de no tener sólo un rol.

Le estaba follando, con tanta intensidad y en un estado de excitación que sintió la necesidad de darle golpes con sus manos en los costados. Fue sin darse cuenta, pero fue pura adrenalina. Escucho a Miguel quejarse, gemir, pero una le pidió detenerse. Cuando terminó de follarlo, se dio cuenta que le había dejado rojas las nalgas y costados:

  • Disculpa, creo que se me pasó la mano.
  • No te disculpes, si lo quisiste hacer está bien. Aquí decides tú.

Aitor no dijo nada, pero guardó esa frase.

Más adelante, Miguel le dijo:

  • Si te hace sentir bien, haz lo que quieras. Es más, desahógate conmigo.
  • Pero tú no eres culpable de nada de lo que me ha pasado.
  • No importa, yo seré feliz si tú me tratas duro.

Esas palabras le empezaron a dar vuelta y no le dejaron por muchos días. El día sábado de esa semana, después del trabajo, iba cansado y sólo dispuesto a estar un rato con Miguel, pero todo cambio de giro, brutalmente, puesto que éste lo estaba esperando con el torso desnudo, muy apesadumbrado:

  • Quiero pedirte un favor - le dijo.
  • Dime que debo hacer
  • Azótame.
  • ¿Cómo? ¡Estas loco!
  • Hazlo, te lo pido, por favor. Me siento mal, hice algo horrible y necesito recibir un castigo. - - No te lo pediría si no lo considerara necesario.

Aitor dudo, pero al ver el rostro angustiado y la expresión necesitada de Miguel, terminó accediendo.

Le entregó un cinto y le dijo:

Azótame. Piensa que te estás desquitando de tu padre, o del amante de tu madre. No tengas piedad, por favor, no la tengas.

Aitor cogió el cinturón de cuero por las puntas, rió la espalda de Miguel y asestó el primer golpes, sintiendo el estremecimiento del castigado, arrepintiéndose de lo que había hecho y recordando inmediatamente lo que había escuchado hace unos minutos atrás, pensó en el amante de su madre amenazándolo o en su padre ignorándolo y humillándolo y con rabia da el segundo golpe, que hace gritar al otro. No se detiene, cada vez tiene más rabia, la que tenía escondida toda su vida, y la traduce en golpes. El miedo ahora es rabia, la rabia conduce su manos que asesta los azotes en la espalda que ahora esta cruzada por las marcas de los golpes del cuero del cinturón. Escucha el cinturón cortando el aire, el cinto golpeando, el grito , el jadeo, la queja, el dolor del otro.

Se siente liberado y suelta el cinturón, se pone de rodillas y llora, Miguel gira y también lo hace y lo abraza.

Al rato, Miguel le da las gracias.

Aitor le pregunta, ya más calmado:

  • ¿Qué hiciste?
  • Me junte con mi antigua pareja y tuvimos sexo. perdona, me sentí muy mal.
  • ¿Por qué te sentiste mal?
  • Porqué soy solo tuyo.

Aitor sonrió y le beso.

  • Me gusta eso que dijiste.
  • Más me gustaría que realmente tú me considerarás tuyo.
  • Hecho: eres sólo mío.

Y el niño miedoso y triste sintió, por fin, cual era su sitio en esta vida. Y le gustó. El camino había sido largo y tortuoso, pero había valido la pena.

Largo camino

Xtudr, el chat esencial para los fetichistas gays, te conecta con miles de chicos en tu área que comparten tus gustos. Disfruta de la comunicación instantánea enviando y recibiendo mensajes.

Explora una forma rápida, sencilla y divertida de conocer gente nueva en la red de encuentros para chicos líder como MasterJuan.

Con Xtudr, puedes:

- Crear un perfil con fotos y preferencias.

- Ver perfiles y fotos de otros usuarios.

- Enviar y recibir mensajes sin restricciones.

- Utilizar filtros de búsqueda para encontrar tu pareja perfecta.

- Enviar y recibir Taps a tus favoritos.

Regístrate en la aplicación fetichista y BDSM más popular y comienza tu aventura hoy mismo.

https://www.xtudr.com/es/relatos/ver_relatos_basic/40877-largo-camino